A moro muerto, gran lanzada (o dos lanzadas, según regiones). Pisarle el rabo al león después de muerto. Si alguien quería derribar a Franco del caballo debió hacerlo cuando estaba vivo (Felipe González).

Dos refranes y la frase de un presidente socialista. Seguramente a cada lector podrían ocurrírsele muchos más. A mí me los ha evocado un artículo del periodista argentino Ricardo Romano, quien ni tan siquiera dispone de un blog: lo escribe y lo envía a quien le pete. Se trata de una brillante comparación entre la dimisión del obispo titular de Varsovia y la persecución de la que es objeto Isabel de Perón, una mujer bastante ignorante, que un buen día tuvo la nefasta idea de casarse con el general Perón, connubio que le acarreó una corta temporada de gloria y un montón de problemas. Por ejemplo, un problema es que hoy, 30 años después de abandonar la Presidencia, un juez argentino exija a España la extradición de Isabelita Martínez de Perón para ser juzgada. Nos siguen encantando las ejecuciones. Si no las ejecuciones, al menos los sumarios.

Pero Romano dice algo más: dice que la utilización del pasado no sólo es un ejercicio, un poco cobarde, de venganza, que no de justicia. No, lo que está diciendo es que se manipula el pasado como arma ideológica para acabar con la reputación más acrisolada. El pasado es muy difícil de investigar y el calumnia que algo queda continúa causando furor entre las masas.

Sí, existe parecido entre el caso de monseñor Wielgus y el de Isabelita Perón. Aquí en España podríamos añadir a otro policía de la memoria (que, por cierto, también suelen ser políticamente correctos, es decir, policías del pensamiento): Zapatero, que podría formar un trío con el argentino Kirchner y el polaco Kaczynski: el KKZ. Todos ellos, como afirma monseñor Glemp, utilizan fotocopias de fotocopias para reducir a cenizas vidas y honores. Son policías de la memoria con muy mala memoria o mucha sed de venganza.

Eulogio López