La cosa ha quedado clara, al menos para los católicos: Benedicto XVI ha aprovechado el pasado domingo, jornada dedicada a las migraciones. Para el Pontífice, la inmigración no es un problema sino una oportunidad, un recurso para la humanidad. Desde luego, por lo que respecta a la economía española, ha resultado una verdadera bendición para la economía española.

Benedicto XVI continúa así en la línea de Juan Pablo II, el único líder mundial que habló de fronteras abiertas para el año 2000, a pesar de que muchos grupos cristianos se oponen a la inmigración. No sólo eso, sino que Benedicto XVI defiende el reagrupamiento familiar de los inmigrantes, verdadera asignatura pendiente de las políticas migratorias en muchos países, como España.

El mismo día en el que hablaba Benedicto XVI, domingo 14, el candidato conservador a la Presidencia de Francia, Nicolás Sarkozy, defendía la inmigración pero con una exigencia para el que viene de fuera: el respeto a los valores, tradiciones y costumbres de Francia: No se puede vivir en Francia sin respetarla, sin saber escribir o hablar francés. No son bienvenidos quienes defienden la sumisión de la mujer, ni los polígamos, ni quienes permiten la ablación de sus hijas. Eso sí, no faltó una referencia a la política migratoria del Gobierno español: Los que quieran hacer una nueva regularización tendrán que pedirnos permiso. Porque los que regularizan allí vienen después aquí.