Fue Rafael Montesinos, en un ejercicio de sublime sinceridad, quien dijo: Yo cuento lo que me pasa, que muy puede pasar a quien a mi lado pasa". Es sublime, porque compartir el reducto interior con alguien, como un lector de poemas, sólo se puede hacer poéticamente. Hay, sin embargo, excepciones, como en toda regla. Los místicos han hecho lo mismo y también muchos pensadores… Me detengo en uno de ellos, el francés Gustave Thibon (en la imagen).
La última pregunta a Gustave Thibon, con 90 años, fue ¿Cuál será su epitafio" y él respondió: Adiós, me voy con Dios"
Entre otros ensayos, el solitario de Saint Marcel-d'Adèche, que así se llamaba el pequeño pueblo donde vivió, dejó piezas de inquebrantable belleza como 'Nuestra mirada ciega ante la luz'. Es un itinerario asombrosamente calculado para despertar en el hombre a un Dios adormecido. El libro acaba con las 'oraciones de la última tarde', aunque ha pasado previamente por mil cuestiones como las 'paradojas de la libertad', 'lo sórdido y lo sagrado' o la 'metafísica del crimen pasional'. Thibon no tenía ningún escrúpulo para citar a quien fuera, siempre que hubiera dicho cosas interesantes. Así hace con Nietzsche, por ejemplo, cuando suscribe que el sabio no debe ir a coro con su tiempo, ni siquiera debe saber cómo se va a coro" (un aviso de la modestia contra la mediocridad). No hay mejor prueba psicológica de la existencia de Dios que el desprecio por el hombre" con el que hablaba el mismo filósofo alemán. Los que quieren eliminar a Dios en beneficio del hombre son luego los que menos perdonan al hombre el no ser Dios" (un consejo al navegante que presume de tolerancia, pero en realidad no sabe de qué va eso y que es más importante el respeto, del que no se suele presumir). En realidad, en el libro de Thibon desfila una tropa enorme de personajes, aunque generalmente franceses (La Fontaine, Péguy, Víctor Hugo…). Los franceses son así, como una piña entre ellos, aunque también, como Thibon, tienen que salirse del guión para citar, por ejemplo, a San Pablo o San Juan. Aparece también, cómo no, Sartre, aunque para darle la vuelta siempre. No tiene con él la misma generosidad que con Nietzsche. Recuerda, por ejemplo, que mientras el existencialista francés se sentía abandonado por un Dios que no existe", el cristiano sabe que se abandona a un Dios que se oculta" (un mensaje para los que tiemblan ante el silencio divino, que no tiene otra explicación que un exquisito respeto a la libertad que ha dado al hombre y no al caballo). Thibon escribió, en fin, Nuestra mirada ciega ante la luz'en 1955, nació en 1903 y murió en 2001. Vivió, por tanto, casi cien años. Cuando cumplió 90, la revista francesa Famille Chrétienne le hizo una entrevista. El contenido tiene su gracia, porque en la misma línea de lo que acabo de contar, a la pregunta de ¿Cuál es su ocupación preferida", el francés, muy suyo, responde: "Caminar por la naturaleza. 'Sólo se puede pensar sentado', escribía Flaubert, a quien contestó Nietzsche: 'Las grandes ideas llegan caminando". Le preguntaron también por su santo preferido" o por la época en la que le hubiera gustado vivir. A lo primero responde, sin vacilación, que San Juan de la Cruz: Es el Doctor de la noche, el más extremista de todos los santos, con quien Nietzsche se habría entendido bien. Soy realista porque defiendo los 'medios de apoyo': sé que un Dios sin Iglesia es el principio de una Iglesia sin Dios. Pero soy extremista por mi atracción por la teología negativa, la mística de la noche, el 'Dios sin base ni apoyo', que era el de San Juan de la Cruz y el mío hoy". Sobre lo segundo, la época, también lo tiene claro: En el siglo XII, el más libre de los siglos, el de la unidad de Europa, cultural y espiritual. También me habría gustado el siglo XVIII, por su finura de espíritu". Les animo, si quieren, a leer la entrevista completa. La tienen en 'Las confidencias íntimas de uno de los grandes pensadores católicos del Siglo XX'. Me quedo con dos preguntas más, las que cierran ese diálogo. En la penúltima le piden que defina al "hombre casado", y responde: Quien, en la resaca, mantiene las promesas de la borrachera. Mi experiencia me ha enseñado que uno no se casa sólo porque ama, sino para amar". Y en la última ¿Cuál será su epitafio". Esta fue su respuesta: Adieu, à Dieu, adiós, me voy con Dios". Creo que esa respuesta está muy relacionada con una de las frases, a modo de plegaria, que el mismo Thibon formula en Nuestra mirada ciega ante la luz. Dice así: Oración. Yo quisiera que mi pensamiento tuviera la suficiente fuerza como para no inducir a los justos al pecado, y la suficiente ternura como para no llevar nunca a los pecadores a la desesperación, que no presentará a los puros un Dios menos exigente, ni mostrara a los impuros un Dios inaccesible". Rafael Esparza rafael@hispanidad.com