Si he de hacer caso a la propia entidad, nadie, ni el Gobierno central, ni la presidenta madrileña, Esperanza Aguirre, le han dicho a Miguel Blesa que dé carpetazo a un proceso de venta, el de Iberia, que nunca debió comenzar. En este caso, lo que interesa es aplicar el viejo adagio: bien está lo que bien acaba. Veamos. Se trata de un proceso que nunca debió comenzar porque no era necesario, salvo que se conciba la inversión en Iberia como un mero juego especulativo. En ese caso, sí. Además, Iberia no necesita socio industrial, porque el mejor socio industrial que posee es su actual equipo directivo, que es el que ha llevado a la compañía (tras Xavier de Irala y Ángel Mullor, todo hay que decirlo). Iberia, como Telefónica, como Endesa, son empresas estratégicas en su sector fruto del esfuerzo de varias generaciones de españoles, aunque sólo sea por el dinero que han puesto el erario público en los momentos más difíciles. O, por ejemplo, vender Iberia a British Airways suponía regalarles la Terminal 4 de Barajas, la base logística de los vuelos entre Europa e Hispanoamérica.

En el caso de Iberia, significaba, además, perder en favor de otras las rutas conseguidas a lo largo de décadas, que es la clave del negocio aéreo y de todos los negocios que giran alrededor del mismo. Como recuerda el informe de Cajamadrid al respecto: Iberia tiene 25.000 trabajadores, pero en Madrid hay 175.000 personas que viven del transporte aéreo.

Todo lo que ha ocurrido -y todavía podría volver a ocurrir- es lo propio de un país como España en el que, salvo, al parecer, Botín, impera el "toma el dinero y corre". Quizás, lo más preocupante de la España económica es que todo el mundo quiere ser rentista. No es nacionalismo económico, sino un país falto de vitalidad, al que no le gusta producir, que es lo que hacen los empresarios, sino comprar por 4 y vender por 5, que es lo que hacen los especuladores: sólo vender. Y ninguna persona, empresa o país, sobrevive más de dos generaciones comprando o vendiendo. El refranero español lo explica muy bien: abuelos ricos, hijos tontos, nietos pobres.

Ese es el problema de España: le falta vitalidad, en todos los sentidos.

Así que,  por una sola vez, y sin que sirva de precedente, ¡Viva Cajamadrid!

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com