Durante los años 80, el coronel Gadafi, dictador libio, invirtió en la FIAT, el entramado empresarial dirigido por una familia en decadencia, siempre necesitada de dinero, y todo Occidente tembló. Especialmente Washington, que sometió a Italia al más duro escrutinio. Al final, el trato se deshizo, Gadafi consiguió su plusvalía y el Gobierno de Roma le expulsó con tanta firmeza como discreción, a fin de que el tirano no se ofendiera.

Ahora, toda vez que Gadafi se ha convertido en amigo de Occidente, Libia, la Libia oficial, la que tiene dinero, vuelve a resultar un socio de lo más deseable. Por de pronto, en el club de fútbol de Turín, la Juventus, precisamente la sede de FIAT. Pero dicen los gestores de fondos de inversión, verdaderos dueños del universo financiero en la economía actual, que lo de Gadafi como inversor en Europa no ha hecho más que empezar.

La política hace extraños compañeros de cama, pero el dinero mucho más.