Sr. Director:
Un día, le preguntaron a Juan Pablo II que si creía que Gorbachov era un hombre de principios a lo que él contestó que sí y añadió: un hombre de principios es una persona que cree tanto en sus valores que está dispuesta a aceptar todas las consecuencias que se derivan, aunque puedan disgustarle y no serle útiles.

 

Me he acordado de esta cita al leer que esta semana comienza en el Congreso el debate sobre la Ley del Aborto que el Gobierno quiere aprobar. Les aseguro a los señores diputados que no me gustaría nada estar en su piel, sobre todo porque ya les han dado el aviso de que en esta votación cargarán con el lastre de la disciplina de voto convirtiendo a la persona en un peón al servicio del sistema que controla el poder político y despojándola de su ser para convertirla en sistema.

Comprendo que algunos de ustedes se encuentren entre la espada y la pared, entre votar una ley que atenta a sus propios principios o violar una disciplina de partido que incluso, puede, que les fuerce a dedicarse a otra cosa Repito. No les envidio. Pero sí quiero recordarles que lo que caracteriza a un buen político no es su fidelidad a una ideología, ni a un partido, ni a un líder, sino su compromiso real y efectivo por el bien común, por los derechos humanos, por la justicia, por el progreso material y moral de la sociedad en que vive.

La Historia les juzgará, como ha juzgado a los tratantes de esclavos o a los exterminadores nazis, paradójicamente elegidos también, por una democracia legítima. Una vez más, lo legal no es lo moral.

Es preciso que los políticos sean guardadores de la verdad. La verdad de una vida única e irrepetible como principio de todo y de donde emana todo lo que somos y todo lo que llegaremos a ser.

Puede que sus hijos, en el futuro le pregunten lo que usted hizo cuando era político por evitar esta barbarie y puede, que usted no pueda sostenerles la mirada porque ya no será posible rectificar. Pero ahora sí. Ahora es el momento de no dejarse arrastrar por tanto cinismo disfrazado de filantropía que pretende tornar en  un  derecho o un logro civil lo que no es más que un crimen abominable.

Juan Pablo II abrió esta carta y Antoine de Saint Exupery la cierra: El mundo entero se aparta cuando ve pasar a un hombre que sabe adónde va.

Viky Blasco López