¿Por qué se llama Síndrome de Estocolmo?, me pregunta un lector de Hispanidad, tras mi artículo de la pasada edición donde advertía que España sufre, en efecto, de tan curiosa patología. Mejor que yo lo explica la página Segured, con la que, además, matamos dos pájaros de un tiro, porque nos enteramos del porqué del nombrecito. En efecto, la cosa ocurrió en Estocolmo, y en contra de lo que sospechaba su improvisada salvadora, resultó que el delincuente siguió delinquiendo. El amor redime, siempre que el redimido quiere redimirse.

Los expertos en seguridad tienen muy claro que detrás del Síndrome de Estocolmo está el instinto de supervivencia, y que el que lo sufre suele confundir este instinto con la comprensión o el afecto. O amamos a nuestro secuestrador, pero le tememos tanto, dado que lo que más apreciamos, nuestra vida, está en sus manos que hasta el desprecio lo confundimos con el aprecio. El secuestrado intenta ser en su secuestrador un hombre comprensivo, tan comprensivo que no cometerá la canallada de matarle. Por el contrario, el policía que intenta liberarnos es alguien que puede ponernos en peligro ese preciado tesoro, nuestra propia existencia. Por tanto, el secuestrador es el bueno; el malo es el policía. Una actitud comprensible peor poco justificable.

Cosa distinta es el perdón. El perdón no puede prescindir de la verdad, ni lo pretende. El perdón no idealiza al secuestrador o al tirano que nos domeña. Sabemos que es un miserable, pero no queremos responder con la misma moneda. El que está libre del síndrome es muy capaz de distinguir entre los defectos de una persona y la persona misma. Es decir, practica la ecuanimidad. Simplemente, no le guarda rencor, pero tampoco le alaba.

Ahora bien, una nación puede sufrir un síndrome de Estocolmo, lo mismo que una persona. Decía ayer que la generación Manjón, que no es otra cosa que la generación española actual, busca enemigos dentro, entre la policía, cuando lo cierto es que el enemigo está fuera. Por eso España es tan cainita. Por eso los socialistas están dispuestos a aceptar cualquier bofetada radical, al tiempo que se revuelve contra quien se mueve en su misma onda democrática. Para Zapatero, el enemigo no es el separatista vasco catalán, ni el terrorista de ETA, ni los filoterroristas de Batasuna, ni los despectivos chicos de Anxo Quintana, ni los muchachos de Llamazares: el enemigo es el Partido Popular. Pero el PP no es enemigo del PSOE, sólo es su adversario. Ambos partidos piensan de modo bastante similar, y similares resultan sus limitaciones. Unos son progresistas de izquierdas y otros progresistas de derechas. Ahí se acaban las diferencias.

Un ejemplo. Pactar con ETA quizás sea necesario. Pero lo que no es admisible es justificar el pacto diciendo que ETA en el fondo no es tan malo ni sus víctimas son en el fondo, tan inocentes. No, cuando el pacto modifica la realidad se convierte en claudicación. Ya no opera la bondad, sólo el miedo.

Pactar con ETA el final de la violencia significa ser muy conscientes de que los terroristas son, o al menos han sido en el momento del atentado, unos verdaderos bastardos canallas, con los que se puede ser generoso en el perdón. Lo que no se puede hacer es modificar la realidad para que el asesino acepte ser perdonado. La verdad, como los principios, debe quedarse donde está, porque si no, no podremos volver a ella. Se perdona a la persona, pero no se modifica la cualificación de sus actos. Porque si no se perdona se cae en el feo vicio del rencor, pero si falseamos a la realidad para sobrevivir entonces caemos en el insoportable patología de la demencia. Los psicólogos lo llamarían SDE. Zapatero debería consultar a un psicólogo. O incluso a un psiquiatra. No me extraña que las víctimas se cabreen.

Claro que en el caso de Zapatero nos encontramos ante un Presidente del Gobierno con pocas ideas, pero confusas y muy arraigadas. Quiero decir que Zapatero es como Mr. Bean: ignorante e insensato, pero también malicioso, sobre todo, rencoroso. Por ello, no tiene claro en qué consiste el perdón y está dispuesto a ceder ante Batasuna más de lo que exige la misericordia y más de lo que exige la justicia, agraviando así las víctimas. Pero también es malicioso, y muy, muy rencoroso. Por ello, no sólo se niega a acudir al Congreso de Víctima del terrorismo, sino que en paralelo, acude a un homenaje al asesinado por ETA, Francisco Tomás Valiente, por la sencilla razón de que los familiares del jurista repugnantemente asesinado son de los suyos, y el PSOE ha tratado de utilizarlos para romper la unidad de las víctimas. De este modo, el presidente del Gobierno ha distinguido entre victimas buenas y víctimas malas. O mejor: entre víctimas de izquierdas, las buenas, y víctimas de derechas, las no tan buenas o las menos sospechosas. De ahí, al paso más cobarde de parte de la sociedad vasca (siento decirlo así, pero me temo que escrito) sólo hay un paso. Me refiero al comentario que se podía oír en demasiadas bocas de vascos cuando ETA asesinaba a uno de sus conciudadanos. Algo habría hecho.

Eulogio López