España se ha convertido en un país corrupto. Es una cuestión de atmósfera. La degradación moral de esa atmósfera es evidente.

 

Se empieza por considerar que la verdad no existe, por lo que no existen normas objetivas de comportamiento. Luego, no existe el bien objetivo, ergo yo decido lo que está bien y lo que está mal. El paso siguiente es muy fácil: bueno es aquello que me beneficia y malo lo que me perjudica. ¿Al bien común? Al bien común que le den morcilla.

Habrán oído que la actual crisis económica no es más que una crisis de valores. Al final, si no existe una verdad y un bien objetivos, lo lógico es que cada cual viva para sí, obteniendo el mayor rédito posible y al más corto plazo. En ese ambiente ningún corrupto admite que lo sea: simplemente considera que lo que hace está bien por varias razones:

1. No existen el bien y el mal.

2. Lo hacen todos.

3. Si no lo hago yo, el otro se me adelantará.

4. ¿Después de todo, ¿seguro que esto que hago es corrupción?

Ojo, existe corrupción pecuniaria y corrupción de poder: los hay que quieren el poder para obtener dinero y los hay que quieren el dinero para obtener poder.

Asimismo, los políticos estafan a los contribuyentes y lectores, los ejecutivos a los accionistas, los empresarios a los trabajadores, los trabajadores a los empresarios y, en la economía social, algunas ONG estafan a sus colaboradores.

Sí, España es un país corrupto. Y mientras sigamos pensando en clave relativista (ya saben: nada es mentira, todo depende del color de la crisis con que se mira) y en la subjetividad moral (usted no es quién para decirme cómo tengo que comportarme) la corrupción política se disparará. Y no, la ley no supone ninguna solución: primero porque puede ser injusta, segundo porque toda norma es interpretable según el propio criterio, ese mismo criterio por el que negamos el bien y la verdad objetivos y nos dedicamos a hacer el tonto.

De propina: en todo este momento de corrupción que reina en España, donde los funcionarios públicos y los intermediarios privados se ríen del concepto del bien común, surge, sin embargo, la paradoja de la utilización espuria de la corrupción del adversario como arma política. En su día se explotó la corrupción lejana contra el Gobierno de Felipe González con los años Filesa (de corrupción cierta, tanto como los actuales Gürtel) y hoy las utiliza el ministro del Interior, Alfredo Rasputín Rubalcaba, contra el Partido Popular en forma de Gürtel. Ojo, que las acusaciones pueden ser ciertas y por tanto, deben ser atendidas, pero utilizar la corrupción, no para limpiar el ambiente, sino para atizarle al adversario es la especialidad de Rubalcaba, como recordábamos ayer, y el asunto no ha hecho más que empezar. Rajoy debería estar bien atento, pero los españoles deberíamos estarlo mucho más: este país precisa una regeneración. Moral, por supuesto. ¿Acaso existe otro tipo de regeneración? Este país necesita salir de la corrupción por el único camino posible: el del bien común, uno de los cuatro principios no negociables para un cristiano, según Benedicto XVI.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com