Joaquín Aguirre Bellver fue uno de los mejores cronistas parlamentarios con los que ha contado la Transición española. Trabajó en los diarios Madrid, en el Pueblo, de Emilio Romero, y en El Alcázar. Fue un niño de la guerra, que le tocó trabajar durante el Franquismo, la Transición a la democracia y hasta la llegada del PSOE al poder.

No le conocí personalmente, pero tengo una confianza ciega en un grupo de amigos que me han hablado de él. Y sinceramente, pocas veces he oído hablar tan bien y con tanta admiración (no de sus cualidades profesionales que eso es elogio fácil y pasajero, sino de sus virtudes personales) como de este personaje. Daban ganas de conocerle.

Joaquín Aguirre acaba de morir. Su historia es la de tantos exilados sin destierro acreditado y, por tanto, silenciado. Los duelos con pan son menos duelos, pero las afrentas públicas son más llevaderas que la derrota solitaria. En pocas palabras, el PSOE le acusó de estar detrás del Golpe de Estado de Tejero y compañía. Por supuesto, que el carácter de Aguirre le imposibilitaba para participar en una conspiración premeditada que pudiera conllevar el uso de la fuerza, pero es igual: no sólo era El Alcázar el que estaba condenado (en este caso, con algo de razón) como sospechoso del 23-F, sino también todos sus trabajadores, lo que resulta un tanto excesivo. Especialmente, aquellos cronistas de Cortes que, como Bellver, irritaban a los felipistas con su literatura irónica.

La verdad es que nunca he conocido un golpista risueño, pero a Joaquín le tocó el pato. No se le juzgó, porque no había razón para juzgarle y porque ni el más retorcido tribunal podía encontrarle culpable de nada, pero sí se le calumnió, y la calumnia es arma menos institucional pero más poderosa que la Administración judicial. Además, los hombres de la UCD ya estaban vendidos al progresismo que iba a ocupar el poder en España desde entonces, no sólo por la llegada de Felipe González al poder sino por el apoyo, también monetario, desde todas las esferas políticas y economías, al diario El País y al Grupo Prisa. Eran los tiempos en los que El País era el periódico más subvencionado por la derecha en el poder a la que no dejaba de insultar, eran los tiempos en los que el miedo a la represión de la dictadura se sustituía por un miedo igualmente letal: el terror a no ser moderno, el pánico al qué dirán.

Conclusión: nadie quería contratar al cronista parlamentario de mejor pluma, a quien se había convertido en modelo de ensayistas, con la trilogía Norte contra sur, Sin miedo al futuro y España, un pueblo, una idea. Nadie quería saber nada del autor de Nuestra guerra, una historia novelada de sus vivencias de niño en el Madrid de la Guerra Civil, al autor de Miguelín, la historia que, llevada al cine, obtuvo el Premio Mundial de Cine para la Infancia y la Juventud, en el Festival de Cannes, al ganador del Premio Lazarillo por El Juglar del Cid, etc.

Aguirre tuvo que recurrir al suicido interior, al abandono del primer plano : vendió su piso en Madrid, su único patrimonio, y se marchó a vivir a un pequeño pueblo de Alicante, lindante con Orihuela. Allí pudo sobrevivir, con bastantes penurias, durante 22 años, gracias a sus logros y a la venta de cuadros, pues también era un gran pintor. De esta manera, suicidándose para lo público, sus enemigos, si bien no le perdonaron, al menos le dejaron en paz. A eso le llamo suicidio interior, y créanme, son muchos los que sobreviven en esa tierra de exilio, especialmente esas generaciones olvidadas, que se quedan fuera de juego por un cambio político, un cambio social o un cambio cultural. No se les mata, se les condena al silencio, y como afirmara Juan Luis Cebrián, prototipo del poder emergente, cuando se le acusaba de que El País silenciaba a cualquier escritor o pensador ajeno a la progresía: El silencio no ha matado a nadie. En efecto, el silencio no lleva al suicidio del tiro en la sien, sólo al suicido interior, al ostracismo. Y así hasta su fallecimiento, el pasado 1 de febrero.

Nuestros colegas de www.vistazoalaprensa.com han reproducido uno de los cuentos más conocidos de Joaquín Aguirre Bellver. Juzguen ustedes mismo (El mudito).

Eulogio López