El día 1 se celebra todos los santos, el día 2 honramos a nuestros difuntos. En estas fechas lo tradicional era escuchar a los sacerdotes y catequistas hablar sobre los novísimos: muerte juicio, infierno y gloria.

Últimamente, sin embargo, hablar del Cielo y del Infierno se ha convertido en tabú.

Eran estas fiestas muy propicias, también, para el arrepentimiento que puede venir del amor de Dios o del temor al diablo. Esto choca con la palpable dificultad de muchas parroquias para encontrar confesionarios con bicho.   

Días también para recordar los dos juicios a los que se somete al hombre: el particular y el universal. El particular nada más morir, inminencia temporal en un mundo fuera del tiempo. Ahora bien, el juicio universal, al final de la historia, ¿qué sentido tiene? La respuesta a esta pregunta la conocía nuestra abuela a pesar de sus escasos conocimientos de inglés e informática: la muerte no es sino la separación de cuerpo y alma, o de materia y espíritu, si lo prefieren. Esta es una definición más médica que teológica. Pues bien, los dos elementos divorciados volverán a matrimoniar al final de la historia.

Esto parece algo más que jalogüín, ¿verdad?

Eulogio López

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