La decisión del Gobierno español de cerrar el acceso al Valle de los Caídos se queda, evidentemente, muy corta.

Tiene algo de moderación aburguesada y bobalicona, de una nueva cesión ante las sotanas, impropia de un Gobierno democrático. Incluso la forma en que se ha hecho, casi a escondidas, no puede sino llenarnos de tristeza a los progresistas.

En particular reviste especial gravedad el hecho de que se haya prohibido el acceso pero no clausurado el recinto, ni convertido en un parque temático sobre la crueldad del tirano Franco. ¿A quién le importa que se aísle un recinto donde unos frailes acartonados practican sus rezos sin sentido y donde las viejas visitan la tumba del dictador y del otro, del fascista español? Además, es que no se han dado cuenta de que el monasterio allí empotrado lleva por título la Santa Cruz del Valle de los Caídos. Es la cruz, estúpidos, la cruz, ese gigantesco y nefasto símbolo que pregona su ideología por toda la sierra de Madrid, la cruz de piedra más alta de Europa que se nos impone a la mitad en varios kilómetros de distancia.

Es evidente para todos los progresistas que lo que debía hacer nuestro laico Gobierno no es cerrar el acceso al parque sino derribar la cruz o, por si acaso se quejara algún esteta de cabeza hueca, taparla con una bandera, como hacen los clericales el viernes que llaman santo. Con una bandera tricolor, en un ejercicio de saludable memoria histórica, que rinda póstumo homenaje a las víctimas del sátrapa allí sepultado. Es claro que no podemos retirar los crucifijos de las aulas y mantener la megacruz del valle de las víctimas del Franquismo.

¡Salud y República, compañero ZP!

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com