"Son las ocho de la mañana.  Llevo desde ayer a las 11 de la mañana. Me lo decía el corazón y no falló. En un mes ya nos habían entrado tres veces a robar en el templo. Estaba seguro de que volverían. Así ha sido. Pero esta vez ha sido mucho peor. Lo primero que he visto, el Sagrario en el suelo. Las formas consagrada tiradas por la Iglesia. El Santísimo Sacramento arrojado y tirado por los suelos. Cristo, otra vez insultado y despreciado. No he podido más y me he echado a llorar". 

Ya he hablado en otras ocasiones de un libro sin pretensiones teológicas, escrito por un párroco madrileño, Jorge González, titulado "De profesión, cura". Un libro divertido, que cuenta eso mismo, la vida de un cura, con sentido sobrenatural y con sentido común. Es como el refranero de la filosofía cristiana. Lo entendemos todo, también lo que no entenderíamos en forma de largo ensayo.

Habla de su vida de cura, que resulta que es apasionante. Ya he dicho que como laico, padre de familia y periodista, sólo envidio una cosa a los curas y otra a las mujeres. A estas, la maternidad, esa vivencia única que no podemos sentir los varones: tu hijo dentro de ti. A lo curas lo único que les envidio es su capacidad para consagrar. Por lo demás, me siento muy bien como varón laico y padre. No me cambio.

Pero por esto entiendo bien el dolor de don Jorge, un tipo de armas tomar, se lo aseguro, de apariencia recia, como el buen cura de pueblo que es. Cuando se echó a llorar al contemplar la profanación del Dios mismo hecho pan.

Y el dato periodístico: cuatro asaltos a una parroquia ubicada en Tres Olivos, zona de clase media madrileña, en un solo mes.

¿Qué está ocurriendo en la España cristiana que parece haberse vuelto cristófoba

Eulogio López

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