Lo que más preocupa ahora mismo a los islamistas convencidos no es la presencia en Iraq de los marines norteamericanos ni el enfrentamiento entre israelíes y palestinos, o la guerra cainita y terrorista entre suníes y chiíes. Lo que les molesta, enerva y cabrea es que el canal MTV llega a todo el mundo islámico, o al menos a los más de 1.000 millones de musulmanes capaces de conectar con el famoso canal musical, y algo porno, norteamericanos. No me pregunten por qué, pero por alguna extraña razón consideran que pervierte a su juventud y los más inteligentes, supongo, están convencidos de que, además, les atonta un tanto. No odian a los marines, lo que odian es el satélite que se inmiscuye en sus vidas, en su fe y en su cultura. Y lo hace sin pedirles permiso, ni a ellos ni a sus gobiernos.

Ahora bien, ¿está la MTV, que regala un material de muy onerosa elaboración, favoreciendo la piratería musical a través de la televisión? ¿Por qué regala lo que otros, por ejemplo el Gobierno español y el ambiente dominante en el mundo oficial occidental, pelean con denuedo? ¿Quizás para pregonar publicidad de Coca Cola o ropa de marca que la inmensa mayoría del mundo islámico no pude comprar? Sólo pueden hacerlo los emiratos petroleros del Golfo, pero todos ellos no alcanzan ni la mitad de la población de Irán.

Por otra parte, ninguna mentira más peligrosa que aquella que corre paralela a la verdad. El progresismo ha decidido que la campaña militar más urgente que debe librar el mundo actual es la lucha contra la piratería intelectual. Lo cual, dicho sea de paso, es un objetivo muy loable. Pero como la corrupción de lo mejor es lo peor, nada más peligroso que la bondad degradada.

Y así, mientras la MTV trata de colonizar con su estilo un punto chiflado nuevos mercados que de eso se trata, de un mercado-, regalando su producto, en el mismo Occidente hay todo un movimiento para salvaguardar la propiedad intelectual. Mejor dicho : lo que hay es un movimiento poderosísimo para impedir el libre flujo de información en nombre de los derechos de autor. La SGAE y su devota ministra de Cultura, Carmen Calvo, se han aplicado a ello. Y así, en nombre de la propiedad intelectual, se ha implantado el principio de arbitrariedad. Es decir, como resulta imposible otorgar a cada creativo -¿puede medirse la creatividad?- han decidido cobrar a los medios informativos o a los clientes finales que consumen propiedad intelectual todos los medios y todos los particulares- un porcentaje de su facturación o un impuesto fijo, sin parar mientes en los que consumen más derechos o menos. Por ejemplo, va la SGAE y le cobra a la Cadena SER, pongamos por caso, un porcentaje por la música emitida, independientemente de si la SER emite más o menos que la COPE u Onda Cero e independientemente de los autores apadrinados por la SGAE y de los no apadrinados. O, verbigracia, se cobra un canon, un impuesto de esta forma, lo paga el Estado, que les sirve de recaudador- a todo aquel que compre un CD, ya sea para piratear el último álbum de La Oreja de Van Gogh o para archivar los propios documentos . Es como si estableciéramos un impuesto, un sobre-precio o un coste sobre todo tipo de alimentos, independientemente de los que comen mucho o comen poco, independientemente de los que comen pan duro o consumen caviar.

Por eso, los medios informativos, el poder de los grandes editores, se han cansado de pagar a las sociedad de gestión de derechos de autor -en España la más famosa es la SGAE, pero hay muchas más, y en todo Occidente surgen como hongos- a las entidades que cobran por discos, libros, películas, fotocopias, etc., y han decidido empezar a facturar por los contenidos informativos de los diarios. Así pasan de paganos a cobradores. Está por demostrar que los propietarios de los derechos de autor del flujo informativo sean los editores, y no los periodistas, que es lo que impone el sentido común, pero esa no es la cuestión más importante.

Lo importante, lo grave, lo peligroso, es que los grandes multimedia cada vez menos, cada vez más grandes, cada día más poderosos y prepotentes- es que, en nombre de los derechos de autor, los poderes políticos y económicos sólo aceptan canalizar la información que quieren trasmitir del sistema informativo, de los oligopolios de los grandes editores. La MTV, al igual que la CNN, son instrumentos para exportar un modo de vida, que no es el occidental, sino el de la decadencia de Occidente. Pero lo de menos es el modo de vida que exportan: lo de más es que exportan todos el mismo mensaje, al mismo tiempo, de la misma forma y tratan de que no entren nuevos convidados. Lo malo de los grandes multimedia no es que sean de izquierdas o de derecha. Es muchísimo peor: es que son grandes. Su elefantiasis les une mucho más que su ideología. Son políticamente correctos porque apelan a los sentimientos más primarios de la mayoría. Es lógico, los grandes medios buscan a la mayoría que son las que proporcionan las grandes cuotas de mercado. Al final, lo que más anhelan los poderosos es que la información, por muy ingente que resulte, se canalice a través del embudo del oligopolio informativo. En este sentido,

La defensa de los derechos de autor constituye un elemento espléndido para favorecer al oligopolio. Lo que odia al poder son las micropymes informativas. Por eso odia Internet.

El progresismo, que todavía está en el poder, colabora con entusiasmo en el proceso, se ubica en las antípodas del pluralismo. Por decirlo de otro modo, los lobbies estilo Gedeprensa son lo más opuesto la diversidad: sólo desean la uniformidad de lo políticamente correcto. Desean, y los poderes políticos y económicos les animan y jalean con indecible entusiasmo. Es lógico, la aristocracia informativa es un espejismo de diversidad que permite el control de las masas, el pensamiento único, una apariencia de libertad dentro de la más férrea esclavitud. E insisto : la propiedad intelectual representa un estupendo aliado. Al final, lo que desean los multimedia es que todo aquel que tenga algo que decir lo diga a través de sus propios altavoces. No hará falta censurar a nadie: todo el mundo se autocensura en el seno de las grandes corporaciones informativas.

Y una cosa más: ideológicamente hablando, la humanidad ya no se divide en izquierdas o derechas, sino entre los relativistas y creyentes. Los primeros no creen en nada, los segundos sí, y pueden creer en algo grande o en una grandísima estupidez. Pero creen en algo. Los grandes multimedia no pueden permitirse el lujo de creer en algo, porque creer en algo significa negar el resto de opciones, y ellos precisan de muchos clientes, muchos lectores, de ficción y de no ficción.

Eulogio López