En España hay más andalufobia que catalanofobia. Pero lo malo de los dos es que a veces el maniático tiene motivos para su manía. Y entonces el asunto es más triste.

Andalucía es el granero de votos del PSOE pero, antes que eso, es una región española a la que el PSOE, tanto el de Felipe González como ahora, el de Zapatero, se ha acostumbrado a vivir del subsidio. Recientemente se nos anuncia que aún se pondrá más fácil el cobro del Plan de Empleo Rural (PER), que no deja de ser un subsidio al que se han acostumbrado demasiadas familias andaluzas.

El Zapatismo ha consagrado la norma: subsidios quiero, que no salarios, norma que impera en Andalucía desde hace dos generaciones y que a lo mejor precisa de otras dos para darle la vuelta. El asunto es tremendo porque todo aquel que denuncie esta tristísima situación -por ejemplo, este artículo- sería condenado por andalúfobo. Es igual: lo cierto es que, una vez que acostumbras a un colectivo a vivir del subsidio es muy difícil sacarle de él.

Hábito de subsidio y corrupción. Manuel Chaves, ahora sustituido por su admirador, José Antonio Griñán, ha corrompido la administración andaluza. Lo malo no es que se den casos de corrupción en el sur de aquel maravilloso rincón de España, lo malo es que la corrupción es lo habitual. Un lector nos envía un resumen de los últimos días (gestión Mercasevilla, contrataciones SAS y más corrupción en Sevilla: El encargo de las bases de un concurso que Marchena hizo a una promotora es ilegal).

Es sólo eso: los últimos días. Recuerden que, por ejemplo, el túnel de Bueno Monreal, supone un retraso y un sobrecoste muy superior al del famoso velódromo de Palma, portada de todos los medios zapatistas y no zapatistas, durante semana, con presuntos detenidos que entraban esposados en los juzgados.

Andalucía tiene que darse la vuelta como un calcetín. De Griñán no se puede esperar sino más soberbia,  más corrupción. De Javier Arenas y el PP tampoco espero mucho. Ninguno de los dos tiene la categoría suficiente como para arriesgar su puesto a la terapia de sinceridad que necesita Andalucía.

Eulogio López

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