La fusión entre Caixa Galicia y la Caixanova, las dos entidades gallegas, está siendo saboteada por un hombre de 78 años de edad, que pretendía permanecer hasta los 83 en el cargo.

Hablo del presidente de Caixanova, Julio Fernández Gayoso, quien, para fusionarse con su vecino del norte, exige que se modifique la ley del Parlamento gallego, promulgada hace un mes, por la cual debe jubilarse tras permanecer algo más de cuarenta años en el cargo. Vamos que, como a Fidel Castro, le parecen pocos años en la tarima.

En circunstancias normales, un Gobierno, su novio, Caixa Galicia, los vocales de su propio Consejo de Caixanova, etc., le mandarían a freír espárragos, pero resulta que el ambicioso Gayoso cuenta con un apoyo inesperado: el del ministro de Fomento, José Blanco, inefable Pepiño, que ha llevado, desde el Gobierno central, la ley gallega hasta el mismísimo Tribunal Constitucional.

Pepiño no lo hace por fastidiar, no, lo hace porque está utilizando a las dos cajas gallegas, a sus clientes, a sus trabajadores, con un único objetivo: fastidiar a su enemigo político, el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo. En efecto, si Feijóo fracasa en la fusión fracasará también como presidente de la Xunta, y ese fracaso político será aprovechado por quien quiere terminar su carrera como presidente de su tierra, de Galicia, es decir, por Pepiño Blanco.

Y todo esto no tendría mayor importancia si no fuera porque la actualidad empresarial en España pasa, precisamente, por las cajas de ahorros, que sostienen las empresas más importantes del país. Y, como ven, a algunos presidentes de cajas y a algunos ministros lo que les importa, ante todo y sobre todo, es utilizar a estas entidades como instrumento en sus peleas por el poder. Por sí mismas, las entidades, su labor crediticia, industria y social, les importa un pimiento. A Pepiño y a Gayoso.

Eulogio López

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