Todos los europeístas esperábamos mucho de la Presidencia alemana, quizás porque se supone que el país más poderoso y poblado de los 27, podía empujar al Continente, varado desde el desastre que supuso el Tratado Constitucional, ligeramente masoncete, del masoncillo conservador francés Giscard D'Estaing. Un Tratado hecho contra la esencia cristiana de Europa, que dejaba en el aire el derecho a la vida. Por eso, los polacos reclaman "soberanía moral", es decir, no quieren una Europa marcada por el aborto y el gaymonio. El Tratado perjudicaba claramente a España, pero los españoles, más europeístas que nadie, votamos a favor… pero los franceses y los holandeses, que no necesitan presumir de europeos, dijeron que no.

 

En ese momento, quedó claro que el "no francés" venía marcado por el miedo al turco, sí, a la entrada en la Unión del amigo favorito de ZP, el premier turco Recep Tayyip Erdogan, el hombre que considera que "la UE no puede ser un club cristiano".

Que es, precisamente, lo único que puede ser, porque las institución son como las personas, crecen y cambian, pero a partir de una misma esencia. Los jilgueros nacen y al creer cambian, pero no se transforman en ovejas.

Pues bien, en vísperas de la Cumbre, la canciller Merkel ha enviado un documento, más bien un telegrama, a los 26 países socios, en los que la única idea que se vierte para retomar el proceso europeo es que Europa es una "gran fortuna" para los europeos, expresión que se repite por dos veces en las escasas líneas que componen el informe a discusión.

Merkel quiere que Europa se eche a andar, pero por ahora, debería ofrecer algún argumento para superar la parálisis.

Eulogio Lopez