No me gusta hablar del demonio salvo con la ironía propia de Tomás Moro, quien ya advirtió que lo único que no soporta el espíritu maligno es que te burles de él.

Además, obsesionarse con los demonios puede ser eso: una obsesión. Buena prueba de ellos son esas deliciosas encuestas en las que siempre se concluye lo mismo: el número de creyentes en Cristo multiplica a los que creen en Satanás y el porcentaje de quienes esperan en el Cielo multiplican por varios enteros a aquéllos que creen en la existencia del infierno.

Es natural, aunque no lógico: el cristianismo es alegría y esperanza, no temor y desesperación. Pero tampoco se puede caer en la elegante ignorancia de la realidad, y el demonio forma parte de la realidad. Estos vídeos, en su día elaborados por Goya Producciones, sobre Satán, merecen ser vistos.

Y tampoco conviene obsesionarse con las obsesiones diabólicas, dado que mucho más peligroso que la posesión del cuerpo es la posesión del alma por parte del maligno, aunque sea ésta una posesión menos atrabiliaria.

Eulogio López

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