Lula da Silva ha cesado al jefe del Ejército de tierra brasileño, Julio César de Arruda, porque sospecha que siente simpatías por Jair Bolsonaro, un malo de mucho cuidado... que obtuvo casi el 50% de los votos. Naturalmente, le ha sustituido por otro militar pro-Lula: Tomás Miguel Ribeiro Paiva.

Lo más gracioso es que a Arruda se le acusa de pasividad ante el asalto a los edificios gubernamentales de Brasilia. Es decir, que le cesa por cumplir con su deber: permanecer en el cuartel y no dar un golpe de Estado. Lo fácil que hubiera sido para el jefe del Ejército de Tierra secundar la marea de los vándalos que entraron en las instituciones y que pedían eso mismo: que los militares intervinieran.

La técnica de la impostura progre siempre es la misma: acusar al contrario de dar un golpe de Estado y con esa excusa dar un autogolpe para eliminar a la oposición y meter en la cárcel a los opositores... aunque obtuvieran la mitad de los votos

En Brasil se vive el mismo proceso progre de otros países de América y de Europa, que intenta terminar, desde dentro, con la democracia occidental, en nombre de la democracia, naturalmente. El epicentro de este movimiento antidemocrático que no apea la palabra democracia de su boca, está en Brasil, con el neocomunismo de Lula.

La técnica de esta impostura progre siempre es la misma: acusar al contrario de dar un golpe de Estado y, con esa excusa, dar un autogolpe para eliminar a la oposición y meter en la cárcel a los opositores... aunque estos 'ultras', del tipo Bolsonaro, hayan obtenido la mitad de los votos. Lula pretende acabar con Jair Bolsonaro como candidato para cualquier próxima elección; pretende meterle en la cárcel, Así, en los próximos comicios no habrá líder que le haga frente y él se perpetuará en el poder.

Lula debería darse cuenta de que ganó las elecciones por la mínima y no actuar como si lo hubiera hecho por la máxima

En resumen, Lula debería darse cuenta de que ganó las elecciones por la mínima frente a Bolsonaro y no actuar como si lo hubiera hecho por la máxima, criminalizando a todo aquel que se le oponga a que se haga, muy democráticamente, con el poder absoluto.

Un hombre normal, que hubiera ganado en las condiciones de Lula da Silva, se hubiera dedicado a pregonar la concordia entre todos los brasileños y a actuar con más humildad frente a los perdedores, porque éstos a punto estuvieron de ser ganadores. Pero la clemencia no es virtud progresista. De seguir así, sin asomo de intentos pacificadores por parte de Lula, Brasil se debatirá entre una autocracia progre o un golpe de Estado militar real. Esta vez sí, golpe de verdad, y, por tanto, tan violento como indeseado y repudiable.