El actual primer ministro de Polonia, el ultraprogre Donald Tusk, está desatado.

Si hace unos días advertía sobre el inminente peligro de guerra que sufre Europa -"sé que suena devastador, especialmente para las nuevas generaciones, pero tenemos que acostumbrarnos al hecho de que ha comenzado una nueva era: la era prebélica", esas fueron sus palabras-, lo último que se le ha ocurrido al polaco es preparar una ley contra los 'discursos de odio' que contempla penas de hasta tres años de prisión a quienes la interpretación de la justicia considere que hayan ofendido al colectivo LGTBI.

El nuevo Gobierno polaco prepara para ello una reforma del Código Penal, mediante una enmienda. 

Karina Bosak, del partido opositor Confederación, ha opinado al respecto: "El actual viceministro de Justicia de izquierdas, Krzysztof Śmiszek, de la Nueva Izquierda, ha afirmado que su departamento está trabajando en la introducción de estas normas, que limitan la libertad de expresión y el debate público en Polonia. Nosotros, como partido, nos oponemos firmemente. La consecuencia directa de criminalizar ciertas palabras será, de hecho, la criminalización de opiniones conservadoras, religiosas y cristianas". 

Esta información vuelve a poner de rabiosa actualidad el conflicto existente hoy en día en muchos países entre el derecho a la libertad de opinión, expresión e información y los tipificados como ‘delitos de odio’ en los códigos penales de algunos países. 

El odio siempre ha sido un sentimiento subjetivo, difícilmente demostrable penalmente, por lo que tipificarlo como delito abre la puerta a posibles injusticias cometidas contra personas que sólo ejercieron su libertad de expresión. Y puede abrir la puerta también a censurar y acallar cualquier tipo de opinión que se salga de los cánones de lo ‘políticamente correcto’. 

En los delitos de odio también se invierte la carga de la prueba: es el acusado quien tiene que demostrar su inocencia ante el juez y no el acusador su culpabilidad. Lo cual, además de ser un poco complejo, es manifiestamente injusto. Y ojo, que por delito de odio te pueden condenar hasta a cuatro años de prisión. No es una broma.

En cualquier caso, tenemos al bueno de Donald Tusk totalmente desatado. ¿Qué será lo siguiente?