Recordemos que Lula de Silva, un radical de izquierdas, vencía por la mínima, por tan solo dos puntos de diferencia. Y Brasil, con más de 200 millones de habitantes, era el único gigante que le quedaba por conquistar al Nuevo Orden Mundial (NOM) en Iberoamérica, tras tomar el poder, con intención de no dejarlo nunca, en Colombia, Argentina, Chile, Perú o, el más peligroso de todos, México. 

La cosa es grave porque el Foro de Sao Paulo, organización de partidos de izquierda nacida en 1990, impulsada por el propio da Silva y Fidel Castro, y el Grupo de Puebla ya no se esconde en su único propósito: teñir de rojo Hispanoamérica

Como era de esperar a su toma de posesión no ha faltado nadie, Lucho Arce, Gabriel Boric, Alberto Fernández, Guillermo Lasso, Gustavo Petro... y hasta teníamos representación española, ojo, que el Rey Felipe no acudirá al funeral de Benedicto XVI, pero sí ha tenido tiempo de ir a Brasil:

Para culminar la ceremonia de investidura y dar comienzo de su tercer mandato ha pronunciado su discurso: "Nuestro mensaje a Brasil es uno de esperanza y reconstrucción". Por supuesto, ha cargado contra el expresidente Jair Bolsonaro, que pese a haber construido una situación económica próspera, para Lula es bien distinta la realidad, puesto que él mismo contruyó un "gran edificio de derechos, soberanía y desarrollo" pero "ha sido sistemáticamente demolido en los últimos años" por Bolsonaro, evidentemente.

Yolandísima tampoco ha querido perderse el acto y su efusividad y cercanía con Lula no ha pasado desapercibida. 

Pese a haber ganado por la mínima, ha agradecido su victoria a la "conciencia política de la sociedad brasileña". También ha hecho oídos sordos a las acusaciones de fraude electoral: "La democracia ha sido la gran vencedora". 

El NOM necesita de líderes progresistas como Lula para consumar su propósito de multilateralidad, de gobierno global, tiránico y anticristiano: tras la teología de la liberación, llega a Hispanoamérica el marxismo de género e indigenista... que parece peor. Y sobra decir que el principal enemigo de este nuevo marxismo es el mismo: la Iglesia.