El síndrome del Batán. La política migratoria del Sanchismo: un disparate
Las calles del Batán, el barrio de la casa de Campo madrileña, se están quedando vacías porque sus vecinos prefieren salir a la calle lo mínimo indispensable: tienen miedo de los 'niños' de Patxi López, esos pobres menores a los que persiguen los ultras españoles. Es decir, los no tan niños del albergue juvenil que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha convertido en un centro de acogida de menores marroquíes que se dedican a atracar a los ancianos en manada y a molestar a las chicas de la zona.
Y así, mientras José Manuel Albares, esa gelatina que figura como ministro de Asuntos Exteriores, alababa a los gobiernos islámico-mafiosos de Mauritania, Senegal y Gambia, una grupo de los niños de Patxi, en el Batán, le hacían el mataleón a un anciano de más de ochenta años, que estaba sentado en un banco de la Casa de Campo.
Hay que ayudar a los países pobres cercanos a Canarias, a Ceuta y a Melilla, pero no a los gobiernos-traficantes de esos países que nos envían esclavos como bombas humanas
Hoy martes, Sánchez inicia un viaje de propaganda interior y rendición exterior. El presidente del Gobierno busca la colaboración, nos explica gelatina/Albares, de unos gobiernos -¡pobriños!- que son los que primero sufren "la presión migratoria".
Que no José Manuel, campeón: esos gobiernos mafiosos utilizan a los pobres esclavos negros, y también a su propia población más indefensa, a quienes alienan a echarse al mar, previo pago, en condiciones penosas para que les recojan los salvadores españoles, quienes a continuación, les sueltan en las calles de las ciudades españolas y les obligan -sí les obligan, porque no pueden hacer otra cosa- a delinquir, para desesperación de los ciudadanos españoles que sufren su violencia.
Patxi López, se lo aseguro, no vive en el madrileño barrio del Batán.
En materia de migración, la política de Pedro Sánchez constituye un verdadero despropósito y, además, una gran mentira. Ejemplos: Sánchez viaja a Mauritania, Senegal y Gambia... para pagar la extorsión a tres gobiernos islámico-mafiosos. Al igual que Marruecos, al que hemos regalado el Sáhara y ante quien nos bajamos los pantalones una y otra vez, los Ejecutivos, por cierto, islámicos -y el islam es quien, a lo largo de la historia, más negros ha esclavizado- de la República Islámica de Mauritania, colonia de Mohamed VI, así como los de Senegal y Gambia, son los que dirigen las bombas humanas que, en forma de pobres migrantes del África negra, lanzan contra España.
Ojo, también lanzan a sus propios ciudadanos, a los que también extorsionan, que también pagan a las mafias, controladas por esos mismos gobiernos para que les trasladen en cayucos a Canarias.
El presidente de Canarias, Fernando Clavijo, ejemplifica lo que no hay que hacer: en lugar de pedir ayuda para detener la inmigración ilegal, exige al resto de España que les ayude a "colocar" a los inmigrantes, como si fueran mercancía. O sea, a soltarles en las calles españolas, sin ayuda alguna para convertirlos en delincuentes
Dos detalles: hizo muy bien la guardia civil en pasar por encima de una embarcación ilegal, dedicada al tráfico de personas y al tráfico de drogas hacia España.
Hasta el portavoz parlamentario del PP, Miguel Tellado, tenía razón: hay que enviar a la Armada contra los traficantes de inmigrantes. Señores: ningún cayuco tiene combustible suficiente para llegar desde la costa sur de Marruecos ni desde la costa de Mauritania, Senegal y Gambia. Al contrario, son cayucos donde viajan quienes han podido pagar a los narcotraficantes para que les lleve adosados a sus grandes embarcaciones hasta cerca de las costas canarias. Allí les sueltan y si llegan, bien; si no, morirán en el mar y los traficantes no harán duelo por ellos.
Si hay que enviar a la Armada y, no, como dice el demagogo de Patxi López, para bombardear los cayucos sino para detener la embarcaciones de los traficantes de carne humana, antes de que suelten los cayucos y, si se resisten, en efecto, bombardearlos... como hay que bombardear a las narcolanchas que cruzan desde Marruecos a la península, con su carga letal.
El Síndrome del Batán lleva a la confusión palmaria en materia migratoria. Por supuesto que hay que ayudar a los países pobres cercanos a Canarias, a Ceuta y a Melilla, pero no a través de los gobiernos-traficantes de esos países, que nos envían esclavos como bombas humanas.
Además, Sánchez les dará dinero, nuestro dinero, y ellos lo utilizarán para enriquecerse -nada más corrupto que un gobierno islámico-, detendrán el tráfico de personas durante tres meses y luego volverán a las andadas.
Más. El presidente de Canarias, Fernando Clavijo, ejemplifica lo que no hay que hacer: en lugar de pedir ayuda para detener la inmigración ilegal, exige al resto de España que les ayude a "colocar" a los inmigrantes, como si fueran mercancía. O sea, a soltarles en las calles españolas, sin ayuda alguna para convertirlos en delincuentes.
Es el síndrome del Batán, una nueva edición del Síndrome de Estocolmo, en el que tampoco el PP se atreve a hablar claro y quien lo hace es condenado al silencio. Porque si hablas claro, con un mínimo de valentía, acerca de la inmigración, resulta que eres un ultra.