Pensaba que era un águila real
y con sus alas desplegadas hendía,
los cielos del mundo en que vivía.
Que había llegado a lo más alto,
después de recorrer un duro camino,
derrotando a partidarios enemigos,
que a su ambición desmedida se oponían.
 
Y no se dio cuenta de que alas no tenía,
que solo era un ave de corral con plumas,
que se arrastraba por el barro del corral,
sin ver que con traidores competía.
Y así, mientras pensaba que volaba,
y su cacareada resistencia le cuidaba,
en traidor a su Patria, se convertía.
 
Volviese contra él la entera Patria,
cayeron de sus ojos las oscuras gafas,
viendo el barro que impregnaba sus patas.
Y al no poder deshacer lo hecho,
se acordó del refrán tan castellano:
“Quien a hierro mata, a hierro muere”,
y cayó en la nada del desprecio.