Decíamos ayer que José María González Sánchez (Kichi), ilustre alcalde de Cádiz, de ideología expodemita, había retirado la plaza homenaje que lucía en Cádiz en honor al poeta gaditano José María Pemán, el clásico del siglo XX. Don José María -Pemán, que no Kichi, que también es don José María- no habría respondido sino recordando estos ripios de su cosecha:

Que no turbe mi conciencia

la opinión del mundo necio,

que aprenda, Señor, la ciencia

de ver con indiferencia

la adulación y el desprecio.

Y a buen seguro que Maldita.es y Newtral (Ana Pastor) habrían censurado los versos por insultos a la ciencia, negacionismo y, posiblemente, delito de odio. De odio a Kichi, garante de la democracia en las cortes de Cádiz.

Comenzó el verano, y me temo que termina parecido, con la gran obra de Kichi. ¡Loado sea su sobrenombre!

Resulta que, encima, Pemán era un poeta mientras que Kichi es un podemita. No es exactamente lo mismo: los dos empiezan por ‘p’ pero guardan escaso parecido. Con todo esto, quiero decir que, durante el verano, que ya enfila su recta final, se ha producido en España una lamentabilísima escalada en el nivel de estupidez general. Es esta una patología infecciosa que corre más deprisa que el Covid, menos letal para el cuerpo pero muy dañina para el alma.

Solemos decir que la gente se ha vuelto loca pero eso era en el siglo XX. En el XXI, la gente -una buena porción de la gente- no se está volviendo loca sino estúpida, que es muy distinto. Recuerden que el loco no es el que ha perdido la razón, es aquel que sólo le queda la razón, dijo el maestro Chesterton. Y con el corazón en la mano.

Y no se crean: la idiocia no sólo crece en el Ministerio de Igualdad, por decir algo, uno percibe que el incremento de la necedad resulta aún más intenso entre los reconocidos como moderados. Ejemplo, Iván Redondo era un tipo concienzudo y hasta duro, comparado por la puesta en escena que hoy dirige Feliz Bolaños. Los ejemplos son miles pero quédense con la conversión de retirada vergonzante de Afganistán en “Orgullo país”.

No, no solo estoy hablando del Ministerio de Igualdad, quizás mucho más de Moncloa, pero también del papanatismo que corre -¡Ay dolor, que un periodista quiere morir!- por los medios.

El mal no tiene entidad, no existe, tan sólo es la ausencia de bien. De igual forma, la originalidad no consiste en ser distinto sino en volver al origen de la cosas. Y para completar el acuerdo, los hechos deben subordinarse a la verdad o estamos condenándonos al instinto.

Y cuando a la cobardía le llamamos heroicidad y a la sensatez, locura.

Último detalle de idiocia: en tiempos de Covid, cuando la ciencia más demuestra su poquedad, por no hablar de su fracaso, (como decía Unamuno, recordado por Juan Manuel de Prada) cuando nos enfrentamos a un enemigo que nos ha convertido en esclavos, sin que tan siquiera sepamos ni su origen ni su naturaleza, ni su alcance. Y es entonces cuando nos guiamos por las “evidencias científicas”.

Sí, visto el panorama, sólo puedo concluir que la estulticia crece día a día pero que la pandemia -la de la idiocia, no la del Coronavirus- no resulta en absoluto preocupante: se trata de un globo lleno de humo que estallará en cualquier momento porque el mal no existe -sólo es ausencia de bien- y la estupidez no es más que ausencia de inteligencia: se destruirán por sí mismos.

Necia es la ideología de género, necio el feminismo, necia la sostenibilidad, necia la blasfemia contra el Espíritu, necia la inversión de valores… hemos creado una sociedad de majaderos.

Mientras tanto, Kichi ha quitado la placa de Pemán y Sánchez asegura que siente orgullo de país por la salida de Afganistán.

Todos locos, no; todos idiotas. Perdón: necios. Pero durará poco: la necedad no tiene entidad. Como el mal, que siempre se destruye a sí mismo.

Terminemos con Pemán:

Que no ame la poquedad

de cosas que van y vienen,

que adore la austeridad

de estos sentires que tienen

sabores de eternidad.

A ver si toda esta idiocia va a ser frivolidad, pedantería y cursilería…