Lo cuenta Georg Gänswein en su libro Nada más que la verdad. Se refiere a la última etapa de la vida de Benedicto XVI. Ojo al dato: "Los domingos y festivos litúrgicos hubo una programación algo diversificada, con la Misa a las 8.30 y el rezo del Ángelus a las 12, siguiendo al Papa Francisco por televisión. La tarde estuvo dedicada a la actividad cultural: en los primeros días escuchábamos óperas y conciertos en CD, mientras que en los últimos años los hemos visto en DVD. Al final, uno de los Memores leyó en voz alta un libro, y una de las opciones favoritas de Benedetto fue la serie de cuentos de Giovannino Guareschi sobre Don Camilo y Peppone". 

Y poco antes, el secretario de Ratzinger nos explicaba que el teólogo Ratzinger le gustaba escuchar, cuando ya no podía leer, las andanzas del alcalde comunista Pepón y su eterno pulso con el párroco don Camilo, Es el relato humorístico de la postguerra mundial, un relato de la amistad, a torta limpia, entre un cura y un comunista en una aldea italiana. 

Ya he dicho que a mí el Don Camilo de Giovanni Guareschi me enseñó dos cosas: a escribir y a rezar. Yo hago oración tal y como hablaba aquel párroco de ficción con el Cristo del altar mayor; en confidencia de amigo. Y en mis artículos imito, mal, el estilo guareschiano. Y ahora me entero de que aquellas historias humorísticas le gustaban a un teólogo profundísimo como Ratzinger. No me extraña: lo divertido no es lo contrario de lo serio sino de lo aburrido… y Guareschi era un genio.  

Y también cuenta Gänswein que Ratzinger leía la obra escrita en prisión por el obispo australiano George Pell, fallecido días después de él, de título obligado: Diario en prisión. Esto es, que Benedicto XVI el hombre que luchó contra la pederastia clerical creía en la inocencia de un cardenal acusado de pederastia. Un obispo injustamente encarcelado, desprotegido por el propio Vaticano y al que los satánicos, no tienen otro nombre, pretenden -noticia de la pasada semana- 'asesinar su memoria’. En efecto, a pesar de haber sido declarado inocente, abogados australianos pretenden seguir adelante con la infamia después de su muerte. Es decir, pretenden condenar su memoria y su reputación… después de muerto. 

Pues a ese es al que leía Benedicto XVI en la etapa final de su vida. Ratzinger, al parecer, sí creía en su memoria.