Aunque tuviera 81 años, nadie podía prever el fallecimiento del cardenal George Pell, el martes en Roma. De hecho sucedió tras una operación de cadera que había salido bien y de la que se estaba recuperando satisfactoriamente, según cuenta Religión en Libertad. Sin embargo, una repentina parada cardiaca terminó con su vida.

Pell fue un mártir perseguido por los enemigos de la Iglesia -algunos siguen dentro de ella-, que le acusaron injustamente de pederastia. En 2019 fue condenado sin pruebas en primera instancia y pasó 13 meses en prisión, hasta que el Tribunal Supremo australiano, atención, por unanimidad, le declaró inocente. El mismo día que regresó al Vaticano fue recibido por el papa Francisco.

No nos cansaremos de insistir: el Nuevo Orden Mundial (NOM) ha utilizado la pederastia clerical -incluso con acusaciones falsas como la del cardenal Pell- para atacar a la Iglesia -a pesar de ser marginal comparada con la pederastia laical-, y ahora ha comenzado la campaña para legalizar la pedofilia y la pederastia.

Pues bien, al parecer no hemos aprendido nada. El caso del mártir Pell nos recuerda al del profesor de Gaztelueta, condenado a pesar de ser inocente y tras un juicio repleto de contradicciones y falsedades por parte de la acusación, como adelantó Hispanidad.

Ahora resulta que la Iglesia, tras declararle inocente, quiere reabrir el caso de la mano del obispo de Teruél, José Antonio Satué, nombrado presidente del tribunal constituido al efecto. Al margen de la atrocidad jurídica que supone re-juzgar a alguien por el mismo hecho, Satué no es imparcial. Nada más ser nombrado presidente del tribunal, le dijo al acusado que, la primera cosa que debía hacer era pedir perdón a la familia de la víctima. ¿Perdón de qué, si él no había hecho nada, como había constatado la propia Iglesia?

Ha muerto el cardenal Pell y no hemos aprendido nada. Por cierto, las terminales mediáticas progres -la gran mayoría de los medios- ni siquiera le han respetado tras su fallecimiento. Por ejemplo, El País, con su rigor habitual, titula: “Muere el cardenal Pell, el mayor cargo de la Iglesia condenado por abusos sexuales”. De la absolución posterior solo habla en el interior del texto y de aquella manera, como si hubiera sido algo irregular.