¡Viva Cristo Rey! Y...  ¡VIVA CRISTO REY! Así, con todas las letras mayúsculas, para indicar que hoy hay que gritar este lema con todas las fuerzas del alma por ser este domingo la festividad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo.

Y, por eso, hoy también hay que unirse a los cristeros mexicanos que dieron su vida en defensa de la fe católica cantando así:

“¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo Rey!
El grito de guerra que enciende la tierra
¡Viva Cristo Rey!
Nuestro soberano Señor
Nuestro capitán y campeón
Pelear por Él es todo un honor”

Y en esta festividad, por la intercesión de los cristeros mártires, hay que pedir la ayuda del Cielo para seguir en la lucha sin detenerse ni por la cobardía generalizada, ni por la amenaza de los católicos moderaditos, que justifican su incoherencia con la moral del posibilismo, y que para no quedar ellos en evidencia marginan, silencian y expulsan de la sociedad a todo el que intente comportarse coherentemente. Así es que, pie en pared y a luchar cantando como los cristeros:

“Un grito de guerra se escucha en la faz de la tierra y en todo lugar
Los prestos guerreros empuñan su espada y se enlistan para pelear
Para eso han sido entrenados, defenderán la verdad
Y no les será arrebatado el fuego que en su sangre está

Sabemos que esta batalla no es fácil y muchos se acobardarán
Y bajo los dardos de nuestro enemigo, sin duda perecerán
Yo tendré mi espada en alto como la usa mi Señor
A Él nada lo ha derrotado, su fuerza es la de Dios”.

En efecto, el grito de ¡Viva Cristo Rey! se escuchó por primera vez durante la Guerra Cristera. Desde 1926 a 1929 los campesinos mexicanos se levantaron en armas para defender su fe contra el Gobierno presidido por Plutarco Elías Calles (1877-1945). Los sublevados llevaban sobre el pecho una gran cruz, que fue el motivo por el que se les denominó “cristeros”.

Y según me trasmite el concienzudo e incansable investigador de la Guerra Civil Española, José Manuel Ezpeleta, en la documentación existente en el convento de los claretianos de Madrid hay abundantes referencias al grito de ¡Viva Cristo Rey! en las cartas que enviaron los misioneros, contando lo que estaba ocurriendo en México. Y a juicio de Ezpeleta ese fue el canal de trasmisión de ese grito religioso para que llegase hasta España. Hay que tener en cuenta también que en ese mismo edificio donde llegaba esa correspondencia, desde 1921 se celebraban las reuniones de la Junta de los arzobispos metropolitanos, cuya último encuentro tuvo lugar en 1965 para dar paso a la actual Conferencia Episcopal.

El convento de los claretianos estaba junto una iglesia y un hospital fundado en 1438, en la madrileña Puerta del Sol. Estos dos edificios se trasladaron en el siglo XIX a la calle del Buen Suceso. El nombre de esta calle tenía su origen en las circunstancias del hallazgo  de una imagen de la Virgen, venerada en una de las capillas de la iglesia. Dicha imagen la encontraron dos frailes camino de Roma, cuando se refugiaron en una cueva. Y al presentar dicha imagen a Pablo V (1605-1621) para que la bendijera, el Papa refiriéndose al hallazgo exclamó que había sido un “Buen Suceso”.

Pero durante la Segunda República la calle del Buen Suceso cambió de nombre el 20 de noviembre de 1931. Doce días antes de esta mutación, había fallecido el famoso masón Mario Roso de Luna (1872-1931) y en su honor cambiaron el nombre de la calle Buen Suceso, por la referencia que hacía a la Virgen, y le pusieron el nombre del masón Mario Roso de Luna.

Mario Roso de Luna se había iniciado en la masonería en 1917 en la sevillana logia Isis y Osiris número 377, de la que Diego Martínez Barrio (1883-1963) era venerable maestro, máxima jerarquía de una logia. Al ingresar en la masonería, Mario Roso de Luna adoptó el nombre de Prisciliano. Y no es ninguna casualidad que, cuando se cambió el nombre de la calle del Buen Suceso por el de Mario Roso de Luna, en el Gobierno que entonces presidía Manuel Azaña (1880-1940), uno de sus ministros fuera, precisamente, Diego Martínez Barrio. Por último, el 26 de abril de 1940 la calle recuperó su primitivo nombre de Buen Suceso hasta hoy.

El grito de Viva Cristo Rey llegó desde México a España y bajo su eco dieron la vida muchos españoles martirizados por socialistas, comunistas y anarquistas durante la II República

Pues bien, la iglesia del Buen Suceso fue destruida durante la Guerra Civil. Y al concluir la contienda, el superior de la comunidad de los claretianos, Eduardo Gómez, adquirió tres casas siniestradas en la confluencia de la calle Ferraz con la de Marqués de Urquijo. En 1945 el padre Eduardo Gómez consiguió de Franco que incluyera con cargo a Regiones Devastadas el coste total de la construcción del actual santuario del Inmaculado Corazón de María, edificado sobre el solar de las tres casas siniestradas.

Sin duda que este lugar de Madrid ha adquirido notoriedad en los últimos días, porque allí se concentran desde hace tres semanas los manifestantes para protestar ante la sede del PSOE. Y allí también acude, todos los días, un grupo de personas para rezar el rosario en las escalinatas que dan entrada a dicho santuario.

Y sospecho que el ministro Marlaska coloca las vallas en la calle Ferraz donde las coloca con el fin de impedir el paso de los manifestantes, porque desconoce que en el solar sobre el que se levanta el santuario del Inmaculado Corazón de María, donde estuvieron las tres casas siniestradas, en una de ellas murió Pablo Iglesias (1850-1925). Así es que me imagino que cuando cada noche se reza el rosario sobre el mismo lugar donde murió el fundador del PSOE, sus huesos se deben remover en la tumba.

La denominación oficial de “mártires del siglo XX” es una impostura histórica que trata, torpemente, de encubrir a los autores de la persecución religiosa en España, propiciada por los partidos marxistas y las logias masónicas. No, no y no; aquello no fue un pronto en una mala tarde. Y ya que hablamos del fundador del PSOE, diré que los socialistas venían dando pistas de sus planes desde el principio, como se desprende de las siguientes palabras de Pablo Iglesias, publicadas por otro socialista relevante como fue Luis Gómez Llorente (1939-2012) en su libro Aproximación a la historia del socialismo español (hasta 1921) editado por Cuadernos para el Diálogo. Así de claro se expresaba el fundador del PSOE:

“Queremos la muerte de la Iglesia, cooperadora de la explotación de la burguesía; para ello educamos a los hombres, y así le quitamos conciencias. Pretendemos confiscarle los bienes. No combatimos a los frailes para ensalzar a los curas. Nada de medias tintas. Queremos que desaparezcan los unos y los otros”.

Pero a lo que estamos Remigia, que se nos pasa el arroz. Acogido el grito de los cristeros de ¡Viva Cristo Rey! por los españoles, como demuestra la documentación del archivo de los claretianos, durante la persecución religiosa que los socialistas, los comunistas y los anarquistas llevaron a cabo en la Segunda República y la Guerra Civil, dicho grito fueron las últimas palabras que pronunciaron muchos mártires antes entregar su vida.

Con casi toda seguridad que así debió morir Fernando de Urquijo y de Landecho (1901-1936), cuando sus asesinos le acribillaron a balazos en las tapias del cementerio de la Almudena, conocido entonces como cementerio del Este, en la madrugada del 30 de septiembre al 1 de octubre de 1936.

El odio de Pablo Iglesias a los curas. "Queremos la muerte de la Iglesia, cooperadora de la explotación de la burguesía; para ello educamos a los hombres, y así le quitamos conciencias. Pretendemos confiscarle los bienes. No combatimos a los frailes para ensalzar a los curas. Nada de medias tintas. Queremos que desaparezcan los unos y los otros

Fernando de Urquijo y de Landecho, en la actualidad, está incluido en un proceso de beatificación junto con otros 70 mártires, cuya lista encabeza Rufino Blanco, de cuya figura hablamos tiempo atrás en Hispanidad. Esta causa junto con otras cuatro más, también de varios mártires cada una, están adscritas a la Archidiócesis de Madrid, en cuya página web Monseñor Juan Antonio Martínez Camino firma la presentación de dichos procesos de beatificación.

Y en dicha presentación el citado obispo auxiliar de Madrid afirma textualmente que “no se trata propiamente de mártires de la guerra como se dice a veces”, lo cual es verdad, pero no es “toda” la verdad, porque no se atreven a manifestarla al completo ni monseñor Martínez Camino ni toda la Conferencia Episcopal Española.

La verdad completa de los mártires españoles es que solo en un bando de la guerra, en el de los socialistas, los comunistas y los anarquistas, hubo mártires reconocidos por la Iglesia; mientras que en el otro bando, en el de Franco, se protegió a los sacerdotes, a los frailes, a las monjas y a los laicos católicos y después de la guerra el régimen de Franco reconstruyó los edificios religiosos destruidos y levantó más de uno de nueva planta, como fue el caso del santuario del Inmaculado Corazón de María.

Decía anteriormente que al grito de ¡Viva Cristo Rey! debió entregar su vida Fernando de Urquijo y de Landecho porque, aunque no tengamos testimonios de sus últimos instantes, sabemos que ese era su deseo por un par de párrafos de una carta que dirigió a sus tres hijos Estanis, José y Fernando. Esto es lo que les decía:

“¡Hijos míos! Muero por la Fe católica y por España. No regateéis nunca ningún sacrificio por la Patria; y aunque ahora me hagan perder la vida, ahí quedáis vosotros para ofrecerla tres veces, pensando siempre que vuestro padre, que os adora con locura, no vaciló un instante en sacrificarla por dejaros una España católica y grande… Lo único que siento es no poder ir a luchar con las armas. Muero mártir de estos ideales y proclamo como mi mayor timbre de gloria el haber sido católico, apostólico, romano hasta el último instante de mi existencia, en que, si Dios lo permite, moriré gritando ¡VIVA CRISTO REY! ¡VIVA ESPAÑA!”.

Esta misma carta también la conoce quien haya redactado la pequeña biografía de Fernando de Urquijo y de Landecho en la página web sobre los mártires de la Archidiócesis de Madrid, porque reproduce uno de los dos párrafos que yo he transcrito en el párrafo anterior. Pero quien eso haya escrito, que no se sabe quién es porque no aparece la firma, solo dice la verdad a medias, porque por no atreverse a decir “toda” la verdad, ha omitido el párrafo en el que Fernando de Urquijo y de Landecho manifiesta que lo único que siente “es no poder ir a luchar con las armas”.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá