Se estremece el alma cuando se recuerda la crueldad con la que los socialistas y los comunistas asesinaron en el mes de noviembre de 1936 a miles de presos. Solo en Paracuellos de Jarama, como ya conté en otro artículo José Manuel de Ezpeleta tiene localizados con sus nombres edad y profesión a unos cuatro mil asesinados, aunque allí reposan los restos de muchos más.

Lógicamente la responsabilidad de todos estos crímenes la tienen los mandos políticos, desde Largo Caballero como presidente de Gobierno, pasando por el general Miaja, presidente de la Junta de Defensa de Madrid que quedó en la capital de España cuando el Gobierno se trasladó a Valencia, y acabando en Santiago Carrillo, responsable del Orden Público como consejero de dicha Junta de Defensa.

Pero al mencionar los grandes nombres se nos puede olvidar que semejante genocidio no se pudo cometer sin la participación y la complicidad de otros personajes menos conocidos, que el historiador también debe tenerlos en cuenta para explicar lo que pasó. Y sin duda, que en el pueblo de Paracuellos de Jarama y en las localidades de los alrededores había suficientes degenerados morales, con sobrada capacidad para participar en el genocidio programado por el Gobierno del Frente Popular.

Guillermo Herreros, Daniel Herrero, Emiliano Marcos y Joaquín Fernández, cuatro individuos de la UGT, asesinaron al cura de Paracuellos del Jarama y a su criada

Poco después de estallar la Guerra Civil se constituyó en Paracuellos del Jarama el llamado Comité de Investigación, compuesto por tres socialistas de la UGT: Felipe Alcantarilla, Fernando González y Eusebio Domínguez, que era su presidente. Este comité junto con el alcalde de Paracuellos de Jarama, Eusebio Aresté Fernández, tuvieron un papel destacado en la dirección de los trabajos de enterramiento de los fusilados.

Pues bien, el socialista Eusebio Domínguez, antes de que se produjera la primera saca de presos fusilados en Paracuellos el 7 de noviembre de 1936, ya había dado sobradas muestras de su catadura moral. El 26 de agosto de 1936 incautó tres vacas del vecino Alberto Gordo Díaz. En el mismo mes de agosto, junto con Felipe Alcantarilla y otros vecinos del pueblo profanaron la iglesia parroquial y robaron todos sus objetos valiosos.

El presidente del Comité de Vigilancia desató una persecución contra varios vecinos de Paracuellos, sin importarle que se escondiesen en las localidades de alrededor y en la ciudad de Madrid, porque Eusebio Domínguez no ahorró esfuerzo en su busca y captura.

Socialistas como los anteriores eran también Guillermo Herreros, Daniel Herrero, Emiliano Marcos y Joaquín Fernández. Estos individuos, los cuatro de la UGT, asesinaron al cura de Paracuellos del Jarama y a su criada. El sacerdote se llamaba Celestino Gallego Sánchez y tenía 71 años, su criada respondía al nombre de Dorotea Romero Ruiz y tenía 59 años. Cuando escribo estas líneas, el obispado de Alcalá prepara la documentación para introducir el proceso de beatificación de estas dos personas.

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El Mundo (4-XII-2006), página 43.

En efecto, como decíamos al principio se estremece el alma, pero no hay palabras para describir lo que se siente a la vista de la esquela que publicó el periódico El Mundo  en la página 43 de su edición de 4 de diciembre de 2006. Transcribo el encabezamiento de dicha esquela:

“Entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre de 1936, siendo consejero de Orden Público Santiago Carrillo, y con el conocimiento de la Junta de Defensa de Madrid, presidida por el general Miaja, y bajo la instigación y con el respaldo expreso del Ministro de la Gobernación del Gobierno de la República, el socialista Ángel Galarza, cerca de 5.000 hombres mujeres y niños fueron sacados de las distintas cárceles de Madrid, con excusa de su traslado a otros lugares, y acto seguido asesinados en Aravaca, Paracuellos y Torrejón de Ardoz, por las milicias armadas a las órdenes de Santiago Carrillo y su subordinado Serrano Poncela, lo que constituye la peor, con enorme diferencia, de todas las atrocidades cometidas durante la guerra civil.

A todos ellos dedicamos nuestro recuerdo hoy lunes 4 de diciembre, fecha en que finalizó esa masacre indiscriminada de inocentes, ordenada por un Gobierno que ahora se trata de glorificar, y que don Miguel de Unamuno, uno de los padres de la República calificaba acertadamente en agosto del 36  de «banda de pistoleros», y pedimos a todos los españoles de bien una oración por el descanso eterno de sus almas y muy particularmente por la de los 276 menores de edad, inclusive de hasta trece años, que vieron segadas sus vidas, cuando estaban empezando a vivir”.

Entonces la mayoría de edad se alcanzaba a los 21 años, pero en la lista hay 50 asesinados —todos varones— con edades comprendidas entre los 13 y los 17 años, apenas unos niños. El benjamín de 13 años se llamaba Samuel Ruiz Navarro

En dicha esquela aparecen los nombres de los 276 menores de edad asesinados por los socialistas y los comunistas. La elaboración de esa lista se hizo gracias al concienzudo y riguroso trabajo de José Manuel de Ezpeleta, a mi juicio el mejor conocedor de lo que sucedió en Madrid durante la Guerra Civil.

Entonces la mayoría de edad se alcanzaba a los 21 años, pero en la lista hay 50 asesinados —todos varones— con edades comprendidas entre los 13 y los 17 años, apenas unos niños. El benjamín de 13 años se llamaba Samuel Ruiz Navarro. Cuando Ezpeleta en uno de sus trabajos transcribió sus nombres vio que, atendiendo a los apellidos, cuatro de ellos fueron asesinados junto a sus hermanos mayores y no quiso separarlos de ellos como homenje, así que puso los nombres de los hermanos mayores en las entradas correspondientes. La lista incluye 1 asesinado que solo tenía 13 años, 2 asesinados de 15, 8 asesinados de 16 y 39 asesinados de 17. La reproduzco sin ningún comentario por mi parte:

Paracuellos de Jarama

Luis Abía Melendra, 17 años.
Ramón Alcántara Alonso, 17 años.
Manuel Alonso Ruiz, 16 años.
Jaime Aranda de Lombera, 17 años; también asesinaron a su hermano Andrés, de 22, y su padre Salvador, de 50.
Carlos Arizcun Quereda, 17 años.
José A. Barreda Fernández Cerceda, 17 años.
Manuel Blanco Urbina, 17 años.
Vicente Caldón Gutiérrez, 17 años.
José María Casanova y González Mateo, 17 años.
Antonio Castillejos y Zard, 16 años.
Víctor Delgado Aranda, 17 años.
Vicente Galdón Jiménez, 17 años.
Manuel Garrido Jiménez, 17 años; también asesinaron a su hermano Enrique, de 21.
Aurelio González González, 17 años.
Rafael Gutiérrez López, 17 años.
Adolfo Hernández Vicente, 17 años.
Miguel Iturruran Laucirica, 17 años.
Ángel Marcos Puente, 17 años.
Emilio Morato Espliguero, 17 años.
Saturnino Martín Luga, 17 años.
Ramón Martín Mata, 17 años.
José María Miró Moya, 16 años.
Carlos Ortiz de Taranco Cerrada, 17 años.
Manuel Pedraza García, 15 años.
Francisco Rodríguez Álvarez, 15 años.
Antonio Rodríguez de Ángel, 17 años.
José Luis Rodríguez de la Flor Torres, 17 años.
Epifanio Rodríguez García de la Rosa, 17 años.
José María Romanillos Hernando, 17 años.
Manuel Ruiz Gómez de Bonilla, 16 años.
Samuel Ruiz Navarro, 13 años.
Juan Carlos Sagastizabal Núñez, 17 años.
Alfonso Sánchez Rodríguez del Arco, 16 años.
Alfredo Santiago Lozano, 17 años; también asesinaron a su hermano Manuel, de 20.
Enrique Sicluna Rodríguez, 16 años.
Óscar Suárez Lorenzo, 17 años.
Guillermo Torres Muñoz de Barquín, 17 años.
Bernardino Trinidad Gil, 16 años.
Tarsilo de Ugarte Ruiz de Colunga, 17 años.
José Luis Vadillo y de Alcalde, 17 años; también asesinaron a su hermano Florencio, de 21.
Alejandro Villar Plasencia, 17 años.
Olegario Zorrella Muñoz, 17 años.
Alfredo Zugasti García de Paredes, 17 años.

Torrejón de Ardoz

Enrique Arregui Hidalgo, 17 años.
Rafael Arrizabalaga Español, 17 años.
Félix Berceruelo Martín, 17 años.
Jesús Calvo Quemada, 17 años.
José Luis Pérez Cremos, 16 años.

Pero además de estos menores asesinados por los socialistas y los comunistas, hubo también miles de víctimas infantiles que sufrieron el peor de los tormentos en vida, cuando sus padres fueron encarcelados o asesinados. Son los “niños de nadie”, como así se les llama en Paloma en Madrid, unas memorias escritas por una madre que cuenta con equilibrio y realismo detalles de la vida corriente en el Madrid rojo. Así se describe en este libro a los “niños de nadie”:

“¡Pobres criaturas! Nadie sabe la cantidad de niños abandonados que circulan por Madrid huérfanos, sin hogar, habiendo presenciado cosas horribles de esas que marcan el alma para siempre, sin comprender porqué, de la noche a la mañana, los han echado a la calle, privándoles de pan y de cariño.

Unos con otros, de cada diez fusilados se pueden calcular cinco huérfanos puestos en mitad del arroyo. Y como se dice que pasan 80.000 los fusilamientos, fácil es sacar la cuenta de los niños abandonados que hay en Madrid, viviendo como pobres animalitos, tristes, hambrientos, sucios, perseguidos por la miseria, el frío y la maldad.

¿Qué será de esos «niños de nadie»…? Yo los veo pasar, casi siempre en pequeños grupos, y se me corta la respiración. Pienso en mis hijos y me quedo helada, pienso en Dios y me angustia no comprender… Este es el lado más bochornoso y cruel y absurdo de la tragedia. ¡Cuántas veces habré visto chiquillos de estos, de poco más de diez años, marcados ya por el vicio y con una chispa de maldad salvaje en la mirada…! ¡Y niñas que apenas levantan tres palmos del suelo perdidas y encanalladas en el dolor!”

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá