La Madre Maravillas y las ruinas del Cerro de los Ángeles
No, lo de las carmelitas del Cerro de los Ángeles no era toreo de salón cuando en la recreación se ponían las capas y, de pie, cogiéndolas de los extremos, extendían los brazos tocándose las manos, para comprobar si entre todas podían formar un frente para defender la imagen del Corazón de Jesús.
Las carmelitas del Cerro, desde un principio, sabían que eran un blanco preferente de la persecución religiosa de los milicianos. Los principales líderes del PSOE, como Pablo Iglesias y Besteiro, se habían manifestado públicamente contra la consagración de España al Corazón de Jesús, que hizo el rey Alfonso XIII en 1919, en el Cerro de los Ángeles. Según los socialistas, venerar al Corazón de Jesús —como ya escribimos— era cosa de locos, y como ellos estaban dispuestos a imponer “la cordura”, había fundados temores de que cualquier día profanarían la imagen del Corazón de Jesús. Si la Segunda República había exhibido como tarjeta de presentación la quema de iglesias y conventos en tantos puntos de España, ¿qué no podría ocurrir en el Cerro de los Ángeles?
Conscientes de lo que se les venía encima, ya desde las vísperas de la proclamación de la Segunda República (14-IV-2931), las carmelitas del Cerro pedían al Cielo la gracia de ser mártires. La Madre Maravillas, que era la priora desde 1926, compuso un ofrecimiento al Corazón de Jesús para que las aceptase como víctimas propiciatorias por sus propios pecados y los de España: “Os renovamos —decían las primeras frases de la consagración— con todo nuestro corazón el ofrecimiento de todo nuestro ser, de nuestra vida, de nuestra sangre y ¡Qué dichosas seríamos si los aceptaseis, unido todo a los méritos de vuestra pasión y muerte y a los dolores de la Santísima Virgen!”
La comunidad de las carmelitas del Cerro de los Ángeles hizo esta consagración por primera vez, como dijimos, en las vísperas de la proclamación de la Segunda República, concretamente el 12 de febrero de 1931. Repitieron dicha consagración, cuando divisaron desde su monasterio las columnas de humo procedente de las iglesias incendiadas en Madrid el 11 de mayo de 1931, cuando todavía no hacía ni un mes que se había proclamado la Segunda República. Y ocho días después, el 19 de mayo de 1931, cuando se proclamó el estado de guerra en Madrid, volvieron a recitar la misma fórmula. Y, por fin, renovaron el ofrecimiento de sus vidas mediante la consagración compuesta por la Madre Maravillas el 22 de julio de 1936, momentos antes de que los rojos las expulsaran del convento y se las llevaran detenidas.
La Madre Maravillas tenía buena relación con el alcalde de Getafe, conocido por el alias de “El Ruso”, lo que ya da una idea para situarle políticamente. Una de las carmelitas de entonces, la Madre Dolores de Jesús, que le conoció, le describe como un “anarquista tremendo”. Y también da otro dato; dice que El Ruso, por haber estado desterrado en el país vecino, hablaba francés y subía muchas tardes al Carmelo del Cerro por hablar en francés con la Madre Maravillas, a la que acabó tomando aprecio.
La priora les habló del inminente martirio y les dio su bendición. Y a partir de ese momento, se pusieron a disposición de los milicianos
Como consecuencia de esta buena relación, el 1 de mayo de 1936 El Ruso libró a las carmelitas de ser asaltadas por unos huelguistas, que se habían encaramado en las tapias del convento. Por eso, cuando unos milicianos se presentaron en el convento el 22 de julio de 1936 para desalojarlas y llevárselas detenidas, les extrañó que la orden la hubiera dado El Ruso.
Cuando los milicianos dijeron que se las tenían que llevar del convento, la Madre Maravillas pidió a sus captores tres horas para vestirse de seglares, porque según les dijo, habían perdido la costumbre de hacerlo de esa forma. Ya sabía ella que no necesitaban tantos minutos para ese menester. Lo que quería la priora del Cerro de los Ángeles era ganar un tiempo. Durante esas pocas horas, la Madre Maravillas aprovechó para reunir a la comunidad a la que comunicó que iban a ser detenidas. Ante la noticia, los sentimientos de las religiosas se desbordaron de alegría, al pensar que se acercaba el martirio. Hicieron la consagración, a la que antes me he referido, y en el coro las ocho novicias que había entonces hicieron profesión solemne en sus manos, in articulo mortis, la priora les habló del inminente martirio y les dio su bendición. Y a partir de ese momento, se pusieron a disposición de los milicianos.
Por entonces ya eran 21 religiosas y las metieron a todas en un camión. Y al llegar al final de la cuesta del Cerro, se cruzaron con otro camión de milicianos, que al darse cuenta de que eran monjas, las interceptaron el paso para matarlas allí mismo. En ese momento se enzarzaron en una discusión los milicianos de los dos camiones, que concluyó cuando uno de ellos manifestó que El Ruso les había dado la orden de detenerlas y de llevarlas sanas y salvas a Getafe.
Era la segunda vez que El Ruso protegía a la Madre Maravillas y a sus hijas. En Getafe se instalaron en las dependencias del colegio de las Ursulinas. El 28 de julio un pelotón de milicianos fusiló la imagen del Corazón de Jesús, a la que acribillaron a balazos, sin que un solo tiro hiciera blanco en la parte del corazón, que quedó intacto y rodeado de siete impactos de balas. Por el cariz que iba tomando el transcurso de la guerra, El Ruso debió comprender que aquello se le escapaba de las manos y que, en en algún momento, podían matar a lasmonjas si permanecían en Getafe, por lo que pensó que lo más seguro para las carmelitas sería facilitarles el traslado a Madrid.
El ambiente: un mes después de proclamada la II República ya ardían las iglesias de Madrid
En principio se resistieron, porque ellas lo que querían era estar cerca de la imagen del Corazón de Jesús. Por eso, cuando dinamitaron la imagen el 7 de agosto, la Madre Maravillas les dijo a sus monjas que como habían derribado de su trono al Señor, cada una debía hacerle otro trono en su corazón, que ya no pintaban nada en Getafe y que al día siguiente iba a iniciar las gestiones para el traslado a Madrid.
Se marcharon de Getafe el día 14 de agosto y lo lógico es que se hubieran dispersado en Madrid, para no llamar la atención. Pero sin miedo al martirio y con deseos de mantener unida a la comunidad, las veintiuna se instalaron en un piso del número 33 de la calle Claudio Coello, que estaba vacío, porque Enriqueta, su dueña y hermana de una de las carmelitas del Cerro, se había ido de vacaciones y se lo había ofrecido.
Veintiuna mujeres juntas en un piso era todo un reclamo y el 6 de septiembre de 1936 rodearon esa casa los milicianos con varios coches y dos camiones. Venía al frente de todos ellos uno de los elementos más sanguinarios de Madrid. Era un antiguo camarero del café Chokala de la calle Alcalá. Afiliado a la “Gastronómica” de la CNT, la guerra le había convertido en un personaje importante y temido en Madrid. El anarquista se llamaba Avelino Cabrejas, y solía acudir a los registros con una nutrida escolta de milicianos, entre los que nunca faltaban dos elementos que respondían a los alias de “El verdugo” y “El Cachimba”. Este camarero afiliado a la CNT era el jefe de una de las checas más temidas de Madrid, situada en la calle Génova y conocida como la Checa Cabrejas. Allí actuaban unos trescientos milicianos a sus órdenes y los asesinatos cometidos en esas dependencias se calculan en unos dos mil.
Tras abrirle la puerta, Avelino Cabrejas preguntó por las carmelitas del Cerro. Y entonces la Madre Maravillas, serena y como si no pasara nada, se adelantó al grupo de sus hijas y dijo:
—Sí, somos nosotras y yo soy la priora.
Al mirar a la Madre Maravillas, Cabrejas se quedó desarbolado. Llevaba un vestido negro con un cuello blanco, y colgado al cuello y por fuera un crucifijo grande. Cabrejas manifestó que quería hablar a solas con ella y pasaron los dos a un saloncito, que como tenía dos puertas con cristales unas cuantas religiosas se apostaron en ellas, dispuestas a entrar si en algún momento había que defender a su superiora. Y desde esa posición, además, pudieron escuchar toda la conversación.
Entonces, el chequista se rindió. Se levantó de la silla y dándole un golpecito en el hombro se despidió
Se sentaron los dos frente a frente. Avelino Cabrejas lo hizo en una silla a horcajadas, desenfundó la pistola y apoyando sus brazos en el respaldo de la silla comenzó el interrogatorio, sin dejar de apuntar con el arma a la Madre Maravillas. Y mientras la interrogaba, otros milicianos procedieron a registrar toda la casa.
—¿Dónde están las joyas y el dinero?
—Nosotras no tenemos… Vivimos de la Providencia…
Bien sabía Cabrejas que quien eso decía era la hija de los marqueses de Pidal y que no mentía. Al cabo de un rato guardó la pistola, porque le había desarmado la paz de su mirada y arrepentido de lo que estaba haciendo le dijo:
—¡Cuánto sentiría encontrar algo en el registro que las pueda comprometer!
—Yo no se lo puedo decir… Como la casa no es nuestra…
Y al oír esto, Cabrejas comprobó que la Madre Maravillas también tenía sentido del humor. Entonces el chequista se rindió. Se levantó de la silla y dándole a la Madre Maravillas un golpecito en el hombro se despidió con estas palabras:
—Usted y yo no podemos reñir nunca.
Y como Dios reservaba a la Madre Maravillas y a sus hijas para mayor gloria de su Orden y bien de la Iglesia, no las quiso mártires entonces y las sacó providencialmente de entre los enemigos de Dios y de su Iglesia. Meses después, las veintiuna, todas juntas, partieron de Madrid hacia Valencia, desde donde viajaron en tren a Barcelona. Cruzaron la frontera y desde Francia pasaron a la zona nacional, donde las recibió la España que quería ser cristiana, a imitación de lo que había sido la España de su madre, Santa Teresa de Jesús.