El 30 de mayo de 1919 el rey Alfonso XIII consagró España al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles, centro geográfico de España. Para celebrar este centenario, durante este nuevo año, el obispo de Getafe, monseñor Ginés García Beltrán, abrió la Puerta Santa, el 2 de diciembre pasado, fecha en la que dio comienzo el Año Jubilar, que concluirá el próximo 24 de noviembre.

La decisión de Alfonso XIII tenía unos precedentes que se remontan siglos atrás, pues la devoción al Sagrado Corazón de Jesús está estrechamente vinculada a los Borbones reinantes en Francia y en España y, por lo tanto, a los pueblos que dichos monarcas representan.

La gran impulsora de la devoción al Corazón de Jesús ha sido la francesa Santa Margarita María Alacoque (1647-1690). Esta religiosa profesó en el Monasterio de la Visitación de Paray le Monial, donde tuvo numerosas manifestaciones extraordinarias del Cielo para difundir la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, empresa en la que contó con la ayuda del jesuita San Claudio de la Colombière. Y por lo que ahora nos interesa es porque en una de las apariciones, el Señor le pidió que hiciera saber al rey de Francia, Luis XIV (1643-1715), que el Cielo quería que Francia fuera consagrada al Sagrado Corazón de Jesús, lo que la religiosa transmitió al monarca un 17 de junio de 1689.

Semejante petición nada tenía de extraño, si se tiene en cuenta que el rey francés reinaba en una monarquía que por justo título era conocida como “la hija primogénita de la Iglesia”. Además, los reyes franceses eran consagrados al comienzo de sus reinados, recibiendo los óleos sagrados, que les conferían las virtudes de un príncipe cristiano. De este modo, el rey consagrado no era un seglar más y se situaba por encima de los laicos corrientes.

Pero el rey Luis XIV, al igual que sus sucesores Luis XV (1715-1774) y Luis XVI (1774-1792) se negaron a consagrar públicamente Francia al Sagrado Corazón de Jesús, como se lo habían pedido desde el Cielo. Y el 17 de junio de 1789, fiesta del Sagrado Corazón, exactamente cien años después, día por día de la fecha en que Santa Margarita María Alacoque había escrito el gran designio del Cielo para el rey de Francia, consagrar su reino, el Tercer Estado se proclamó como Asamblea Nacional. Este acto despojaba al rey de la soberanía que según el régimen vigente residía en su persona. Y ese sólo fue el primer paso de los revolucionarios, que más tarde proclamaron la República y asesinaron al rey Luis XVI en la guillotina el 21 de enero de 1793. Y, salvo los pocos años de la Restauración (1815-1830), la dinastía de los Borbones fue expulsada definitivamente del trono de Francia. 

El socialista ’moderado’ Julián Besteiro considero que la Consagración había sido un acto “bochornoso”

Por otra parte, el problema sucesorio de la monarquía española, suscitado por la muerte de Carlos II (1-XI-1700), se resolvió con la entronización de la dinastía de los Borbones, en la persona del nieto del rey francés Luis XIV, es decir, Felipe V (1700-1746) como primer monarca Borbón de España. Y como si después de la petición incumplida por los reyes del país vecino, el Cielo quisiera remediarlo en España, al igual que había hecho en Francia con Santa Margarita María de Alocoque, suscitó en nuestra patria un nuevo apóstol de su devoción en la persona de un jovencísimo jesuita, el beato padre Bernardo Hoyos (1711-1735).

El 14 de marzo de 1733, en la iglesia del colegio de San Ambrosio de la ciudad de Valladolid, el Sagrado Corazón de Jesús le dio conocer al padre Hoyos la Gran Promesa para nuestra patria con estas palabras: “Reinaré en España y con más veneración que en otras partes”. Y días después en una carta fechada el 28 de octubre de 1733, el padre Hoyos contaba así su experiencia en la acción de gracias de la comunión de ese día: “pedí la extensión del reino del mismo Corazón Sagrado en España, y entendí que se me otorgaba. y con el gozo dulcísimo que me causó esta noticia quedó el alma como sepultada en el Corazón Divino”.

Pero el “reinaré” prometido al padre Hoyos no era un todo cerrado y acabado, sino un proyecto que comenzaba y que exigía la colaboración libre de los hombres. Muchos años después de aquella promesa, así lo entendió Francisco Belda que en 1900 dirigió una carta a la revista La Semana Católica, en la que proponía levantar un monumento nacional al Sagrado Corazón de Jesús, delante de la ermita de Nuestra Señora de los Ángeles. Poco después, le secundó en esta iniciativa Ramón García Rodrigo de Nocedal, que también elegía el Cerro de los Ángeles por estar situado en el centro geográfico de España. Y esta idea se la trasmitió a un religioso peruano de los Sagrados Corazones, el padre Mateo Crawley y al jesuita san José María Rubio.

El 30 de junio de 1916, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, fue colocada la primera piedra del monumento por el obispo de Madrid, monseñor Salvador y Barrera. Todo el monumento fue costeado por suscripción popular. Entre las muchas personas que colaboraron figuraba una jovencita madrileña, perteneciente a una de las familias más distinguidas de Madrid, que entregó 1.000 pesetas de las de entonces, ocultando su nombre bajo este seudónimo: “Al que es todo para mí”. Hoy ya sabemos que esa jovencita era Maravillas Pidal y Chico de Guzmán, la futura madre Maravillas, fundadora del Carmelo del Cerro, beatificada por San Juan Pablo II, cuya relación con el Cerro de los Ángeles está relatada en un magnífico librito de poco más de cien páginas, que acaba de aparecer bajo el título “Un deseo del Corazón de Jesús. Santa Maravillas y el Cerro de los Ángeles”. A buen seguro que mis lectores contribuirán a agotar al menos una edición, pidiéndoselo a las carmelitas del Cerro de los Ángeles o de la Aldehuela, en cuya iglesia reposan los restos de Santa Maravillas.

Al rey Alfonso XIII se le hizo la propuesta de que consagrara personalmente España al Corazón de Jesús el día de la inauguración del monumento, previsto para el 30 de mayo de 1919. Esta fecha era bien significativa, pues además de celebrarse la fiesta de San Fernando Rey de España, coincidía con la víspera del aniversario de la boda del rey, inolvidable por las circunstancias añadidas del atentado sufrido ese día en el que tantos murieron y fueron heridos.

Al tiempo, la masonería exigió al bisabuelo del actual monarca su afiliación a la logia, laicismo, divorcio y enseñanza pública

Alfonso XIII en una conversación, que mantuvo con el padre Mateo Crawley, le manifestó que había recibió una comisión de la Masonería exigiéndole que no consagrara España al Corazón de Jesús y amenazándole con que si quería conservar la corona, debía aceptar las siguientes proposiciones que le entregaron por escrito: primera, su adhesión a la Masonería; segunda, decretar que España será un Estado laico; tercera, decretar la ley del divorcio y cuarta, generalizar la instrucción pública laica. Y le dijo al religioso, que sin titubear un instante, les respondió:

—Esto ¡jamás! No lo puedo hacer como creyente.

Y tan cierto como que Alfonso XIII no atendió la demanda de los masones, es que estos se salieron con la suya. El 14 de abril de1931, Alfonso XIII perdió la corona y se proclamó la Segunda República española.

Los socialistas, por su parte, jalearon públicamente la estrategia de los masones. Besteiro, el intelectual y el tolerante del PSOE, se refirió a la consagración como “un acto bochornoso y peligroso”. Por su parte, Pablo Iglesias arremetió contra el Cerro de los Ángeles con este exabrupto: “La locura ha hecho presa en la cabeza de nuestros gobernantes”. Años después, en 1936, se impuso la cordura en el Cerro de los Ángeles a base de balas y de dinamita. Fusilaron la imagen del Sagrado Corazón y volaron el monumento.

Acabada la misa del día 30 de mayo de 1919, se expuso al Santísimo en una custodia, ante lo que todas las autoridades y el numeroso gentío cayeron de rodillas. A continuación, Alfonso XIII subió las gradas del monumento hasta el pie del altar, y vuelto ligeramente, para no dar la espalda ni al Santísimo ni a los miles españoles que estaban presentes leyó la fórmula de la consagración.

Tras reconocer a Jesucristo como Rey de Reyes y Señor de los que dominan, mencionó la tradición católica de la realeza española y de nuestra patria, dio gracias al Cielo por haber librado a España de la Primera Guerra Mundial y encomendó a su solicitud a los distintos sectores de la sociedad. Y en un momento dado dijo: “Venga, pues, a nosotros Vuestro Santísimo Reino, que es Reino de justicia y de amor. Reinad en los corazones de los hombres, en el seno de los hogares, en la inteligencia de los sabios, en las aulas de las ciencias y de las letras y en nuestras leyes e instituciones patrias”.

 El rey Alfonso XIII dijo exactamente lo que no querían que dijera los sectarios de la masonería y los socialistas descreídos y enemigos de la religión. Enumeró los mismos motivos por los que tantos españoles dieron su vida como mártires durante la Segunda República y la Guerra Civil, que murieron gritando ¡Viva Cristo Rey! Y, por último, el rey Alfonso XIII se adelantó en muchos años a diagnosticar la enfermedad actual de una España tibia y acomplejada que ha expulsado a Cristo de la familia, de los centros del saber y del trabajo manual, de nuestras leyes e instituciones y en más de los casos que uno quisiera hasta de nuestras catedrales y de nuestras iglesias.

Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá