Durante la persecución religiosa, que los socialistas, los comunistas y los anarquistas, -mira que lo repito y sus Reverendísimas Excelencias no se enteran, siguen con el mantra de los mártires del siglo XX y los mártires de la década de los treinta- llevaron a cabo en la Guerra Civil, los sacerdotes se entregaron al martirio en oleadas
Llevo un tiempo estudiando el pasado y el presente de los obispos que se han sentado en las sedes de las provincias catalanas y las consecuencias de su gobierno en esas tierras. Y a la vista de los resultados, una vez más he tenido que volver a darle la razón a quien en su día me dio este consejo, que no he seguido: “Si quieres ser feliz como me dices, no analices”. Pero como siempre me ha vencido la curiosidad de historiador; la felicidad tiene que volver a esperar. Otros, sin embargo, prefieren hacerse trampas en el solitario y están muy contentos, pero esa alegría es tan falsa como la historia que se han inventado. Yo prefiero regirme por el principio de que las cosas son lo que son, aunque al ver la realidad se me parta el alma.
Interesado como estoy en saber lo que ocurrió en la persecución religiosa durante la Segunda República y la Guerra Civil he visto el contraste que hay entre los obispos mártires en 1936 y los actuales, los de Cataluña y los del resto de la Conferencia Episcopal Española. Con las pocas excepciones que ustedes quieran, la talla humana y religiosa entre unos y otros tiene las mismas proporciones que las dimensiones del antiguo seminario de Tortosa -25.000 m² construidos en un recinto de otros 40.000 m²- y el actual, del que desconozco hasta la existencia de su edificio, pero pienso que no debe ser muy grande porque solo tiene que albergar a un único seminarista, que es todo lo que tiene ahora esa diócesis. Lo dramático es que el resto de los seminarios en España tampoco está como para tirar cohetes.
A la vista de los resultados, una vez más he tenido que volver a darle la razón a quien en su día me dio este consejo, que no he seguido: “Si quieres ser feliz como me dices, no analices”
A diferencia de ese católico moderadito del que yo les hablaba en otro artículo, que con su “concienciómetro” detecta seminaristas hipócritas, los de 1936, y seminaristas angélicos, los actuales, yo no tengo semejante artilugio, ni falta que me hace, porque ese aparato no funciona nada bien. A lo mejor resulta que es verdad que los seminaristas de ahora son todos unos seres angélicos del más alto rango, y hasta estoy dispuesto a admitirlo, porque me conviene. Lo único que puedo decir de los seminarios actuales, bajo el principio que rige mi dedicación a la historia -las cosas son lo que son-, es que con los pocos pájaros que hay en las jaulas, ya no se escucha ni un trino en muchas iglesias de España; por falta de sacerdotes, en amplias zonas rurales de España ya no se celebra el santo sacrificio de la misa…
Sin embargo, del pasado estoy mejor documentado, tanto como para poder desmentir lo que me dijo el católico moderadito de marras, un mentecato de libro, que todavía no se ha enterado de que en el Juicio Final solo habrá dos espacios, y solamente dos, en los que el Juez Supremo nos colocará a todos los hombres; a saber, un espacio para las ovejas y otro para los cabritos, porque en el valle de Josafat no habrá espacio para el centro.
Por lo que yo he averiguado de los sacerdotes de antaño, en los documentos de archivo y en los libros, es que eran unas figuras gigantescas, unos hombres de Dios, entre los que abundaron los mártires. Solo un dato: de los 5147 sacerdotes diocesanos que había en Cataluña en 1936, fueron asesinados 1536. Dato que de ningún modo podrá superar el clero diocesano actual de Cataluña, aunque vayan todos sin excepción al martirio, incluidos el arzobispo de Tarragona y su vicario general, ya que el número total de los sacerdotes diocesanos de Cataluña en 2023 es de 1232; es decir, 304 menos de los que fueron asesinados en 1936.
Y no es cierto que antes se fuera al sacerdocio por un interés material. Antes que comer y vestir bien, la conservación de la vida tiene muchísimo más valor que la comida o el vestido, y sin embargo durante la persecución religiosa que los socialistas, los comunistas y los anarquistas, -mira que lo repito y sus Reverendísimas Excelencias no se enteran, siguen con el mantra de los mártires del siglo XX y los mártires de la década de los treinta- llevaron a cabo en la Guerra Civil, los sacerdotes se entregaron al martirio en oleadas.
Solo un dato, de los 5147 sacerdotes diocesanos que había en Cataluña en 1936, fueron asesinados 1536
Y conviene precisar que solo hubo mártires en una parte de España, no en toda. Como es sabido, aunque no se diga, solo en el bando de los rojos se persiguió a la Iglesia; por el contrario, en el bando de los nacionales se la protegió. Y gracias a que los segundos ganaron la guerra, la Iglesia no desapareció en España, que es lo que pretendían los primeros. Fue la mayor persecución de la Iglesia católica en sus dos mil años de existencia. Además del incontable número de laicos que asesinaron los socialistas, los comunistas y los anarquistas por el solo delito de "oler a cera", precieron asesinados 12 obispos y un administrador apostólico, 4236 sacerdotes seculares, 2365 frailes y 296 monjas, lo que equivalía a uno de cada siete sacerdotes y a uno de cada cinco frailes. Y si fueron capaces de defender su fe a costa de dar la vida, es porque pudieron responder con generosidad a la gracia del martirio, lo que nada tiene que ver con un hipócrita que va al seminario para llevar una existencia tibia y apoltronada.
No, ni eran unos muertos de hambre, ni unos tarugos; y si tenían hambre se aguantaban con dignidad, y su ignorancia la desalojaban con el esfuerzo del estudio. Aquí tienen un desmentido para ese tipo de patrañas. José María de Alós y de Dou (1873-1936), profesor de Historia Eclesiástica y decano del claustro de profesores del seminario de Barcelona, fue el sexto hijo de los marqueses de Dou. Fue toda una autoridad en Heráldica y Genealogía, estudios que cultivó sin abandonar su tarea como sacerdote, pues en el número 8, segundo fascículo , páginas 649-650 del año 2004 de la revista Anales de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, tras exponer su brillante labor de investigación, se afirma que realizó “una fecunda labor pastoral en Santa María del Mar, en donde pasaba horas diarias en el confesionario dedicado a la dirección espiritual. Fruto de la cual fue su fundación en 1927 de la Obra de la Visitación de Nuestra Señora, congregación para la asistencia caritativa a enfermos pobres en la que él tomaba personalmente parte activa”. Y de remate murió mártir en 1936.
Como es sabido, aunque no se diga, solo en el bando de los rojos se persiguió a la Iglesia; por el contrario, en el bando de los nacionales se la protegió
El domingo pasado yo les prometí escribir sobre Manuel Irurita (1876-1936), un insigne navarro que fue obispo de Lérida y Barcelona. Hice referencia de este personaje cuando narré el martirio del joyero Tort, pues este hombre le dio cobijo durante una temporada en su casa, hasta el día en que los dos caminaron juntos al martirio.
Manuel Irurita fue un hombre sabio y muy piadoso, como quedó reflejado en otro articulo: horas de oración, rezo de las tres partes del Rosario todos los días, muchas visitas al Santísimo Sacramento, ayunos, disciplinas, cilicio… Y como cuenta el canónigo doctoral Ramón Baucells Serra “El Dr. Irurita tenía el presentimiento y la vocación constante del martirio. Cuantos le trataban de cerca e íntimamente lo sabían de sobra. En la última visita que hizo al seminario, saliendo de la capilla y ya en el claustro de honor, dijo a los superiores: ‘¡Qué dicha! A mí me gustaría que al obispo de Barcelona le pusieran una soga al cuello y lo arrastraran por las calles… ¡Pero no caerá esta breva!”
Y a pesar de todo, su proceso de beatificación está aparcado en vía muerta, con la ridícula excusa de que escapó de España y que los restos enterrados en la capilla de Lepanto de la catedral de Barcelona no son los suyos. Como un día cuente lo que he averiguado, yo sé de uno al que no le va a lavar ni todo el agua del Jordán. Pero hoy estoy de buenas y, de momento, no digo nada.
Portada del libro de Vicente Cárcel Ortí, La II Republica y la Guerra Civil en el Archivo Secreto. Tomo VII Documentos del año 1939 (enero-mayo). Biblioteca de Autores Cristianos
Se han hecho hasta pruebas de ADN que confirman que los restos de esa tumba son del obispo mártir. Y además todo un historiador tan riguroso como Vicente Cárcel Ortí lo ha probado documentalmente. Cárcel Ortí se ha pasado toda su vida metido en los archivos del Vaticano, a él se debe esa colección que va por el séptimo volumen, en la que publica los documentos que hay en Roma referentes a la Segunda República y la Guerra Civil. En este último tomo se puede leer lo siguiente del obispo Irurita:
“El 28 de marzo el nuncio Valeri envió desde París al cardenal Maglione, secretario de Estado del nuevo Papa, Pío XII, elegido pocas semanas antes, un breve despacho con el que le remitía, en paquete separado, la Cruz pectoral y el signum Crucis que habían pertenecido a Irurita, «vittima dei rossi di Spagna» [víctima de los rojos de España], según palabras textuales del nuncio. «Los dos venerados objetos — añadía Valeri— han sido enviados a este Cardenal Arzobispo [se refiere al arzobispo de París, cardenal Jean Verdier], con el ruego de hacerlos llegar al Santo Padre, por el señor Irujo, que fue Ministro de la República española, al cual le habían sido entregados por personas amigas del obispo fallecido» . Maglione respondió el 5 de abril de 1939 diciendo que Pío XII había acogido «los preciosos recuerdos con viva satisfacción, y dispuesto que fueran celosamente custodiados». De hecho, fueron colocados en el Relicario Vaticano de la entonces llamada Capilla Matilde, y hoy Redemptoris Mater. Este documento es suficiente para confirmar dos hechos fundamentales e indiscutibles, apenas terminada la guerra: que el obispo Irurita había sido asesinado por los «rojos» y que su Cruz pectoral y el signum Crucis eran considerados como reliquias de un auténtico mártir de la fe”.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.