
Si los recuerdos de la infancia del poeta se reducen a un patio de Sevilla que daba a un huerto con limoneros, los míos son menos poéticos, más modestos, pero, por supuesto, mucho más religiosos. En el Vallecas de mi infancia la vida era muy distinta a la Sevilla de Antonio Machado (1875-1939), porque en las viviendas de mi barrio ni teníamos patio, ni huerto, ni limoneros.

En el “parque” de mi infancia no había ni columpios ni toboganes, pero todo era parque. El niño que está a mi derecha es mi hermano Jesús, y el de mi izquierda es mi primo Víctor.
Yo vi construir el barrio y tengo pruebas fotográficas del crecimiento urbanístico de Vallecas. Para no llamarlo por su nombre y describirlo metafóricamente, diré que al principio mis padres se instalaron en medio de un descampado, en una “vivienda unifamiliar sin agua corriente…”. Allí los niños teníamos hectáreas para jugar al aire libre, las afueras de Madrid eran nuestro parque.
Así es que cuando los bloques de viviendas se comieron el descampado, nos trasladamos a una casa con agua corriente, al segundo B de la calle Albalate del Arzobispo número 10; mejoramos en muchos aspectos, pero en otros como lo de antes: sin patio, sin huerto y sin limoneros. Toda la vegetación se reducía a unos preciosos geranios en el alféizar de las ventanas, que lucían primorosamente, porque mi madre tenía muy buena mano con las plantas. Y gracias al pluriempleo de mis padres, más tarde nos pudimos mudar a otra casa mejor en el primer piso de la Avenida de San Diego, pero sin los espacios al aire libre ni el olor a limones, que disfrutó Antonio Machado.
Nuestras casas eran muy sencillas. Solo costaban la sencillez que podían pagar los emigrantes del campo español de los años cincuenta, que trabajando mucho y honradamente, lucharon para que sus hijos tuviéramos una situación económica mejor que la suya. Y lo consiguieron, porque durante el franquismo la gran masa de asalariados se convirtió en la clase media de propietarios. Esa es la verdad, que junto con otras muchas verdades, hemos contado con datos un grupo de profesores de Universidad en el libro Los números de Franco.

Como no había agua corriente en mi casa, había que ir a la fuente a por ella. A juzgar por las caras de mi hermano Jesús (con chaqueta) y la mía, el transporte tenía que ser divertido. Por la fecha que figura al dorso de la foto, yo tenía cuatro años y medio.
No, no es verdad. El barrio de Vallecas en el que yo viví no era “la pequeña Rusia”, como algunos lo han querido vender durante la transición que empezó en 1975. Ese es un cuento chino trasmitido por los que ni han pisado Vallecas, algo que, en una ocasión, tuve que desmentir en un programa de radio. Participaba en un debate con otras dos personas, una de ellas un famoso cantante, que en un momento dado comenzó a fardar de ser hijo adoptivo de Vallecas. Y todo para contarnos una milonga de gran calado, por lo que no pude menos que replicar:
-“Pues yo, que no necesito el nombramiento de hijo adoptivo de Vallecas, por soy hijo legítimo de ese barrio, no vi lo que cuentas por ninguna calle y bien que me las recorría para ir todos los días a las bocas del metro de Portazgo o del Puente de Vallecas desde el número 70 de la Avenida de San Diego, donde vivía... ¿En qué calle viste tú esas cosas…?
Y como lo que se cuenta en el Libro de Daniel de la casta Susana y los dos viejos rijosos, le pillé en un renuncio al cantante, porque fue incapaz de decirme el nombre de una sola calle de Vallecas. El artista era otro más de “los señoritos del pan pringao”, forrados de dinero, que se disfrazan de proletarios para cantar lo de “¡Arriba parias de la tierra, en pie famélica legión!”, para hacer caja con el papel que representan.
Queridos lectores, les voy a contar la verdad. El barrio de mi infancia, como la sociedad española de esos años, era católico. En los colegios privados y en la escuelas estatales, se rezaba el rosario en las clases un día a la semana, lo que no extrañaba porque el rosario lo rezaban muchas familias en sus casas. Los domingos había largas colas en los cuatro confesonarios de mi parroquia, que estaban en activo durante toda la misa; roconozco que de un modo preconciliar, pero gracias a ello íbamos con el alma limpia a comulgar, y lo hacíamos de rodillas y en la boca. Además, en mi parroquia de San Diego había unas misas solemnes, que se anunciaban con repique de campanas. Sí, eran misas muy solemnes con una escolanía de treinta chavalotes, a los que fray Damián nos vestía con unas sotanitas rojas y unos roquetes blancos, que daba gusto vernos. Y en las actividades que teníamos fuera de la iglesia, que hacíamos unas cuantas, lucíamos camisa y pajarita, más chulos que un ocho.

La escolanía de la parroquia de San Diego que organizó fray Damián. En la prima fila de los siete que estamos rodilla en tierra, mi hermano Jesús es el segundo por la derecha y yo soy el del centro.
Me han asaltado todos estos recuerdos del pasado porque se me han cruzado en días pasados dos noticias, que como en lo del chiste famoso, una es buena y la otra no llega ni a mala, porque es torpe, muy torpe. Empecemos por la segunda para que el final del artículo nos deje buen sabor de boca.
No salgo de mi asombro por los insistentes mensajes que me llegan que, a toque de cornetín, animan a alistarse en una pretendida batalla cultural, lo que no es incompatible con la incultura enciclopédica del turuta de turno. Y la verdad es que uno no se sabe muy bien a qué viene tanto revuelo, cuando veo que los cambios que pregonan tienen la cara de Lampedusa: cambiar para que todo siga igual. La prueba de lo que digo es que son los mismos personajes los que, cuando estaban activos en política, provocaron los males que, ahora que ya están retirados de la política, pretenden remediar. De acuerdo, arrepentidos quiere Dios, según el dicho popular, pero los que cuando tuvieron la obligación hacer el bien, obraron mal, son los mismos que tras retirarse del cargo no han pedido perdón por sus fechorías y van ahora de redentores de la Humanidad… Esos no son unos arrepentidos, son unos hipócritas redomados y unos hijos de Lampedusa que reparten anestesia para callar las conciencias, con el objetivo de que todo siga igual.
No, el problema no es cultural. Se equivocan de objetivo, por eso he calificado de torpeza estos apaños culturetas. Todavía el sistema métrico decimal sigue estando vigente, porque ni el celemín ni la arroba se utilizan para medir la ignorancia y la corrupción, que cada día se descubren en España y se siguen contando por hectómetros cúbicos y toneladas. El problema no es cultural, sino religioso, porque la transición tiene menos de democratización que de descristianización de la sociedad heredada del franquismo.
Los que cuando tuvieron la obligación hacer el bien, obraron mal, son los mismos que tras retirarse del cargo no han pedido perdón por sus fechorías y van ahora de redentores de la Humanidad… Esos no son unos arrepentidos
Y como el atasco en el que estamos metidos es religioso, lo que se traduce en una lamentable pérdida de fe de la sociedad española, los remedios tienen que ser por fuerza religiosos. Y esta verdad es la que no se atreven a decir toda esa panda de católicos moderaditos, que van ahora de reformadores culturales. Por esta razón, es una magnífica noticia que en este mes de junio, dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, haya aparecido un libro que fomenta esta devoción, y que además de reanimar la fe de los españoles, ha avivado los recuerdos de mi infancia. Les sigo contando.
Cuando yo era niño y no tan niño, una gran mayoría de las puertas de entrada de las casas de Vallecas, como las de toda España, tenían clavada una imagen de metal del Sagrado Corazón de Jesús, devoción muy popular y muy arraigada en tantas familias, como era la mía. Por ese motivo, el diminuto salón de mi casa, pero salón, estaba presidido por una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, sentado en un trono fabuloso, cuyo respaldo sobresalía notablemente por encima de la cabeza de Jesucristo.
Todos estos recuerdos han venido a mi memoria desde que hace unos días recibí el libro, escrito por Pablo Cervera Barranco y Javier Pueyo Velasco, titulado Mirarán al que traspasaron. Historia de la espiritualidad del Corazón de Cristo.
Todavía no me ha dado tiempo a leerlo por completo, porque son más de seiscientas páginas. Pero por lo que ya he visto, puedo decir que es un libro extraordinario, porque está construido sobre muchísimas horas de trabajo y de oración, que esto segundo al final cuenta más que lo primero.
Las páginas de este libro exponen con rigor y documentación pertinente la historia de esta devoción religiosa, desde el Corazón del Mesías-Cristo en la Sagrada Escritura, pasando por esta espiritualidad en los Padres de la Iglesia, la Edad Media, la Edad Moderna, que culmina en el capítulo VI con la aprobación de la fiesta litúrgica del Sagrado Corazón en el siglo XVIII. Lo que se cuenta a continuación de los siglos XIX y XX es especialmente interesante.
Y como el atasco en el que estamos metidos es religioso, lo que se traduce en una lamentable pérdida de fe de la sociedad española, los remedios tienen que ser por fuerza religiosos
Se debe destacar el acierto con el que se han escrito las páginas dedicadas al inicio del culto al Sagrado Corazón en España, con referencias al padre Agustín de Cardaveraz (1703-1770) y, por supuesto, al beato Bernardo Francisco de Hoyos (1711-1735), que en 1733 recibió un favor muy especial, que él cuenta con estas palabras:
“El día de la Ascensión del Señor se repitió la misma visión del Corazón Santísimo de Jesús […] Se me dio a entender que no se me daban a gustar las riquezas de este Corazón para mí solo, sino para que por mí las gustasen otros. Pedí a la Trinidad la consecución de nuestros deseos y pidiendo esta fiesta en especial para España, en que ni aún memoria parece que hay de ella, me dijo Jesús: Reinaré en España, y con más veneración que en otras muchas partes”.
Así es que después de todo lo dicho… A comprar el libro y a guardarlo para releerlo con detenimiento muchas veces. Este no es un libro de una moda pasajera, este no es "un libro para un tiempo", porque lo que han escrito Pablo Cervera Barranco y Javier Pueyo Velasco es “un libro para el tiempo”.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.