20 de febrero, festividad de los hermanos Jacinta y Francisco, los dos videntes de Fátima, esas apariciones marianas afirmada por la Iglesia como milagrosas y que, ante tantos testimonios históricos, ya ni los progres intentan desmentir y han optado, simplemente, porque las apariciones se olviden. 

Y con la festividad de Francisco y Jacinta Martos, otro gran artículo de Jorge Fernández en la Razón, el de ayer domingo, cuya lectura aconsejo, donde relacionan los mensajes de Santa María en Fátima con la guerra de Ucrania. En efecto, las guerras son consecuencia de los pecados de los hombres, la de Ucrania también, y el pecado del siglo XX, no digamos nada del XXI, consiste en que hemos perdido el sentido del pecado. Mientras no lo recuperemos, a lo mejor acabamos con la guerra de Ucrania pero conste que, aunque lo logremos, será porque vamos dando palos de ciego y en alguna palada hemos acertado. 

Por de pronto, el presidente Zelenski no quiere negociar la paz con los rusos y Europa y la vicepresidenta norteamericana, Kamala Harris, animan a Europa a hacer interminable la guerra de Ucrania a costa de vaciar los arsenales Occidente y que los muertos los ponga Ucrania.

Y encima, Rusia cada día se echa más en manos de China, que ya se proyecta ante el mundo como ¡agente de paz!. ¡Toma ya!

Además, o recuperamos el sentido del mal o nunca lograremos la ecuación virtuosa: no hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón, pero el perdón poco vale sin arrepentimiento, el perdón es para quien lo pide. Lo que nos devuelve al punto de salida: la guerra es consecuencia de los pecados del hombre. Si quieres acabar con la guerra acaba con el pecado. Pero si el pecado no existe: ¿cómo acabaremos con el pecado y cómo acabaremos con la guerra?

Europa: sé tú misma, recupera tus raíces cristianas. Volvamos a Fátima.