- Los derechos del hombre no son otra cosa que la consecuencia política de la redención de Cristo.
- La Hispanidad es eso: la expresión política más grande de la cristiandad a lo largo de la historia.
- Y las culturas amerindias consistían en crueldad, homicidios, rituales y canibalismo.
- Pero todavía escucharemos durante un tiempo hablar del genocidio español en América. Sobre todo a españoles idiotas.
En 1550 el rey
Carlos I, emperador Carlos V, convoca en Valladolid una junta de sabios que consolidará la normativa de las leyes Nuevas (1542) acerca de la dignidad de los indios de las nuevas tierras de América. Al fondo, late el portentoso reconocimiento de la dignidad del
hombre-hijo de Dios y, como consecuencia de ello, nace el derecho de gentes, más tarde conocido como derechos humanos y hoy ahormado en el llamado
derecho internacional… para mal de todos. Sí, si los derechos del hombre no se hubieran entreverado con el derecho internacional, es decir, si el protagonismo no hubiera pasado de la persona a la clase política, a todos nos habría ido mejor.
Pero en aquella España, la nación más culta y avanzada de su tiempo,
los reyes hacían caso de los sabios y de la sabiduría de la Iglesia. Por eso, las conclusiones del 'congreso' de Valladolid.
Los derechos del hombre no son otra cosa que la consecuencia social de
la redención de Cristo. El Dios-Hombre, al dar su vida por el rescate de los hombres, los equipara en dignidad. A listos y tontos, ricos y pobres, débiles y poderosos. Así pues,
el ordenamiento jurídico positivo, todo el pensamiento de
Francisco de Vitoria (
en la imagen), no es más que el desarrollo de esa verdad: el hombre es sujeto de derechos desde la cuna porque todo un Dios le salvó de la muerte muriendo Él mismo en la cruz de Roma.
Ahora bien,
si Vitoria es el creador intelectual de los derechos del hombre, Isabel I de Catilla -uno de los primeros gobernantes de la nueva era moderna -que aún llevaba sus decisiones políticas a la oración- ya lo dejó claro en su Codicilo, apósito a su testamento, cuando decreta que
los indios son hijos de Dios y, por tanto, deben ser tratados en su vida y en sus bienes con todo respeto. Algo que rompe con el derecho romano, con su desarrollo medieval, algo mitigado pero no menos duro en cuanto a los derechos del conquistador, y que abre un mundo nuevo… sencillamente aplicando el evangelio 14 siglos después del escrito.
Ahora comparen esto con la visión, no ya que holandeses, centroeuropeos y británicos tienen da la conquista de América por España, sino con la que albergamos los propios españoles sobre la Hispanidad. Porque la
Hispanidad no es más que eso: con todos sus fallos, se convirtió en la adelantada, en el inicio de los derechos del hombre.
Aquella España fue capaz de conquistar, repoblar y evangelizar todo un continente, incluso pasar a Asia, donde también hicimos tarea, siempre bajo el fin evangelizador.
Es la hazaña más portentosa de un pueblo relativamente pequeño hasta para la época. Pero es que llevaban consigo
la fuerza de Cristo, no porque Dios estuviera con ellos sino porque ellos querían estar con Dios, convocación de misioneros. Los
Cortés, Pizarro, Balboa, Magallanes, Urdaneta, Legazpi, Valdivia, Alvarado, así como los innumerables monjes misioneros que les acompañaban, hicieron aquellos prodigios sobrehumanos solicitando la ayuda de Cristo y, de grado o por fuerza, con espíritu apostólico Y, con todos sus defectos y golferías, a veces salvajadas, sabían que
sólo la obligación de evangelizar a los nativos les proporcionaba el salvoconducto para obtener fama, gloria y riquezas. Sólo eso.
La Hispanidad es eso: la expresión política más grande de la cristiandad a lo largo de la historia. Y así,
más del 40% de los 1.200 millones de católicos, tiene como lengua madre el español.
Enfrente tenían a las llamadas culturas indígenas, llamadas por todos los papanatas, digo, generalmente españoles. Las culturas amerindias consistían (depende de las latitudes) en rituales sangrientos (especialidad azteca y maya: arrancar el corazón al enemigo en vida), en el sacrificio de niños (
luego momificados para adorados como cadáveres) o, en el imperio inca, devorar a los prisioneros aún en vida, mientras se les iban arrancando partes de su cuerpo, en espantoso suplicio que podía durar hasta tres días.
Esas son las culturas indígenas que fulminó el 'genocidio español'. Imbecilidad que me temo seguiremos escuchando durante mucho tiempo a muchos españoles.
Pero nosotros, pobres idiotas, aún nos tragamos la leyenda negra y nos encargamos de ensuciar la memoria de unos ancestros que realizaron la hazaña más grande que recuerdan los siglos y que, de postre, inventaron los derechos humanos.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com