• Hitler quería que la raza aria se reprodujera, porque consideraba que la reproducción era buena.
  • Los modernos 'hitlerines' de la píldora y del aborto consideran que la reproducción es mala en sí misma y se auto-esterilizan.
  • Lo único que les importa de la procreación es la cópula. Hitler me resulta mucho más humano.
  • Pero no se preocupen: ya saben que la pena contra la bigamia son dos suegras.
  • No hay mucha gente, hay muchos viejos.
  • Asistimos a una conjura mundial contra la vida.
Ya lo dijo Adolf Hitler (en la imagen), un autor de mucho prestigio: "Cualquier persona que no sea ciega, y pinte los cielos de color verde y los campos de color azul debería ser esterilizada". ¡Qué obsesión tenía este hombre con esterilizar! Pero reconozco una cierta tentación de imitar a Adolf cuando escucho a los profetas del apocalipsis por sobrepoblación, que solicitan lo mismo que Hitler: yo también les esterilizaría. El sábado de 25 de marzo se celebra el Día por la Vida, la Fiesta de la Anunciación, en defensa del ser humano más inocente, más indefenso y más olvidado: el concebido y no nacido. Pobre de aquel que se atreva a defenderle. Y es que hemos llegado mucho más allá que los nazis. Hitler quería que la raza aria se reprodujera, porque consideraba que la reproducción era buena. Los modernos 'hitlerines' de la píldora y del aborto son mucho más globales, más progresistas, más modernos: consideran que la reproducción es mala en sí misma y se auto-esterilizan. Lo único que les importa de la procreación es la cópula. Hitler era mucho más humano. Y lo era, por la primera parte de su proposición, mientras que los modernos abortistas y antinatalistas lo son por ambas. Me explico, Hitler quería esterilizar a los del arte abstracto porque la buena abstracción recrea la realidad, la mala sólo la subvierte. Los quieres esterilizar y aniquilar al inocente. Yo sólo sé que "al desbordarse la iniquidad se enfriará la caridad de muchos (Mt 24, 12)". Y la iniquidad desbordada del siglo XXI se llama aborto. Pero ya se sabe que la pena por bigamia son dos suegras, mandamiento que no hace falta sea ratificado por juez alguno, porque el pecado siempre lleva implícita la penitencia. Por tanto, la pena de los abortistas por su odio a la vida es el ver cómo su vida se extingue sin procreación en medio de unas relaciones gélidas y capidisminuidas con los sobrevivientes. Gélidas porque todos somos conniventes de la gran matanza y capidisminuidas por la decrepitud de una sociedad envejecida que no siente lo que sabe y acaba por ignorarlo todo. Asistimos a una conjura mundial contra la vida. Bueno es recordarlo en este día. Eulogio López eulogio@hispanidad.com