No se lo van a creer pero la festividad del Domund no es para dar dinero a los pobres sino para evangelizar.

Y esto es bello e instructivo, mayormente porque durante los últimos 25 años, la cifra de católicos en el mundo está estancada, como estancada -perdón, estabilizada, que resulta mucho más fino- está la cifra de sacerdotes. O sea, que lo de evangelizar ha pasado de circunstancial a esencial y de importante a urgente. 

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Anteriormente se entendía que los evangelizadores eran los misioneros en tierra de misión, valga la redundancia. Ahora mismo, no tengo claro si el mejor evangelizador es el que opera en la Gran Vía madrileña, habida cuenta de que España ya es tierra de emisión. 

Sí, 25 años llevan estancadas las cifra de católicos y las de sacerdotes. En la civilización cristiano occidental, sin embargo, no están estancadas: están a la baja. Vamos que lo de evangelización no va precisamente bien. Pero es que, además, casi nadie piensa ya en evangelizar, como mucho en conservar la propia fe, lo cual es algo así como jugar a empatar: siempre se acaba perdiendo. 

Es más, algunos misioneros, con pedigrí onegero, consideran que lo primero es dar de comer a las gentes. Y no digo que no lo sea en algunas situaciones, pero conviene recordar que no sólo de pan vive el hombre, so riesgo de que caigamos en aquello que denunciaba Benedicto XVI. Explicaba el Papa alemán el relato de un obispo hispanoamericano: cierto día se presentó ante el prelado un jefe indígena, venía a darle las gracias por todo lo que los misioneros habían hecho por su pueblo: gracias a ellos ya contaban con agua potable e incluso energía eléctrica. Habían progresado tanto gracias al cura que ahora que vivían mejor también querían tener una religión y entonces se habían hecho protestantes.

Los católicos no somos más porque no somos mejores. Por ejemplo, cuando se pierde el ímpetu apostólico es porque se ha perdido el propio ímpetu de la fe y se suele acabar por perder la fe. Y es que el amor de Dios o es contagioso o no es. Si alguien tiene a Dios en su corazón está deseando darlo a los demás. Cristo es como el anillo del poder: está deseando ser encontrado por el hombre.  

Y cuidado, no vayamos a estar cumpliendo la profecía del mismo Cristo: cuando vuelva el el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?