Caso real. Un español se topa con un problema ocular. Necesita una mini-operación quirúrgica, no importante pero sí urgente. En el ambulatorio lo solicitan como operación urgente. Como petición de preferente para una consulta oftalmológica -insisto, la consulta, no la mini-intervención- porque no es algo grave pero sí puede acabar en grave si se deja, para, atención, el 18 de noviembre, dentro de nueve meses. Para entonces, le vería el oftalmólogo y a lo mejor, allá por 2026, le intervienen.

Naturalmente, nuestro hombre ha decidido pagarse la operación por lo privado.

Pues bien, esta es la situación: desastre de la alabada sanidad pública y éxito de la denostada sanidad privada. 

Y esto no es un canto a la sanidad privada, que tiene más trampas que un teatro chino. Pero sí una constatación de que en materia de sanidad, como en materia de justicia, la lentitud no es una cuestión de forma sino de fondo. Una sanidad lenta no es justa porque puede ser mortal. 

Pero tranquilos, amigos de lo público: siempre podemos conformarnos con el mal menor cuando existe un mal mayor. El mal mayor es simple: los médicos, los de la privada han perdido su carácter vocacional. Y la medicina, o es vocación o es maltrato.

Mal de muchos, consuelo de tontos pero el mal menor sobre el mal mayor es un consuelo de simples merluzos.