Sr. Director:

Durante la  inauguración de la iluminación para la Navidad de la ciudad de Vigo, su exultante regidor Abel Caballero desveló que desde la Estación Espacial Internacional se observaba la poderosa luminosidad que proyectaba y que sus tripulantes “estaban deslumbrados porque la luz de la Navidad ocupaba todo el espacio”.

El tiempo de Navidad es propicio para que numerosas ciudades de Europa y de gran parte del planeta se iluminen de una forma extraordinaria y celebrar así el gran acontecimiento que desde hace más de dos mil años, los cristianos de todo el orbe conmemoramos en estas fechas, nada más y nada menos, que el nacimiento del Hijo de Dios.

Frente a la oscuridad que hoy se cierne sobre la humanidad por distintas causas como la pandemia; los desastres naturales; el tráfico de seres humanos; la desnaturalización de la familia o la exaltación de la muerte convirtiendo en un derecho inhumano el aborto y la eutanasia, solo la luz que proyecta sobre la tierra la bondad, la ternura y la esperanza del niño que Dios envió a la tierra es capaz de penetrar en la mente y el corazón de los hombres para superar las incertidumbres que esa oscuridad nos abate y entristece.

Parece que negar a Dios, enterrarlo e incluso despreciarlo se ha convertido en la bandera de su más encarnizado enemigo. Vivimos tiempos en los que degradar al hombre y a la mujer en su propia esencia, imagen de Dios, se ha convertido en el leit motiv de quien quiere convencernos de que los creadores del ser humano podemos llegar a ser nosotros mismos y que seremos más libres en la medida que nuestra voluntad solo se someta a nuestros propios sentidos y apetencias.

Es por eso que es el tiempo adecuado, para que no limitemos nuestro sentido de la Navidad a la luz artificial que ilumina el espacio sideral desde ciudades como Málaga, Vigo, Nueva York o Singapur y que contemplan los astronautas, porque esa es una luz temporal y efímera que solo invita al ruido, la diversión o las compras para los regalos propios de estas fiestas navideñas.

Lejos de ese bullicio, la luz de Navidad es la que alumbra la humanidad desde el misterio de la encarnación y nacimiento del Hijo de Dios que quiso hacerse visible para recordarnos que vino al mundo “cuando un  sereno silencio lo envolvía todo y la noche estaba a la mitad  de su curso” (Sab 18, 14-15).