Sr. Director:
Cuando un político, que además ejerce el poder desde la Presidencia del Gobierno, cifra el cierre del círculo democrático en España en el traslado de un cadáver de una tumba a otra, o el político no es de fiar o es la democracia en nuestro país la que no es de fiar.
Que el vuelo político de Pedro Sánchez es más bien bajo de altura, escaso de ética y pobre de principios, se sabe desde hace tiempo. Pero que ese vuelo aterrice en la sede de las Naciones Unidas para hablar sin rubor de los asuntos internos de España y que la toma de tierra sea tan accidentada como para poner en tela de juicio la democracia española y nuestra Constitución -hasta que el Tribunal Supremo ha dado el visto bueno al traslado de los restos mortales del dictador- es un desgraciado episodio que debería marcar, en negativo, la trayectoria de cualquier político.
Pedro Sánchez está en su derecho de apuntarse el tanto, si es que lo considera un tanto, de haber sacado el cadáver de Franco del Valle de los Caídos. Hasta puede, si no le avergüenza demasiado, usar ese cadáver en la campaña electoral e incluso ufanarse de un logro más bien ridículo, pero de eso a poner en solfa 40 años de democracia en España y tener, además, la falta de dignidad de hacerlo fuera de España, va un trecho que todo un presidente del Gobierno, por muy en funciones que esté y por muy de carambola que haya llegado a la cabeza del Ejecutivo, no debería haberse permitido andar así.