Sr. Director:
En cuanto Vox ha dado señales de vida -de manera más ruidosa de lo habitual, con la suma de voluntades en Vista Alegre- se despertaba el interés de partidos y dirigentes (incluso ex dirigentes) por hacer llamadas a la unidad, por criticar la fragmentación de parcelas ideológicas típicas y hasta por apelar al siempre socorrido voto útil.
Y es que nuestra vida política está presa de un sistema de partidos absolutamente decimonónico. Por mucho que se apele al modernismo, a ese tópico del siglo XXI, e incluso la juventud domine las altas esferas de la inmensa mayoría de las formaciones, lo cierto es que apenas hemos avanzado desde los últimos años del XIX y primeros del XX.
Ha bastado la aparición de un partido más a la derecha de lo usual y con más voluntades de lo que muchos esperaban, para que las antiquísimas denominaciones de derecha e izquierda (o más concretamente, derechas e izquierdas) reaparezcan, se destapen cajas y suenen truenos.
Las derechas, las izquierdas y hasta los separatismos, están fragmentados y en el día a día, preocupados por escalar posiciones electorales, no se recatan de mostrar desavenencias, trapos que lavar y hasta amargos reproches internos.