Sr. Director:
De bautismos y primeras comuniones civiles, pasaremos pronto a conventos de clausura civiles. Y a confesiones, confirmaciones o penitencias civiles. El ardor laicista que ha traído el pelmazo adanismo que sufrimos, ha conducido a la emulación de todo aquello de lo que precisamente quería huir, configurando un formidable guión de comedia de los hermanos Zucker.
Tanto deseaban profanar las capillas universitarias, que se han debido quedar prendados de ellas. Por eso, no tardaremos en asistir a liturgias seculares en las que se sermoneará sobre la puesta en valor del heteropatriarcado transversal y poliamoroso mientras se suministrará a los fieles laicos obleas con sabor a resina de cáñamo. Los monjes de este nuevo credo profano ya no llevarán tonsura, sino todas las variedades capilares imaginables. Las sotanas serán sustituidas por andrajos, los alzacuellos por gargantillas de azabache y los órganos por flautas.
La fascinación que lo eclesial despierta en determinados sectores sociales y políticos resulta sencillamente desternillante. Lo peor es que va calando de forma paulatina en los restantes ambientes en formato de familias que ven en estas cosas fiestas sin misa para sus hijos, porque ya me contarán el interés que pueden poner quienes así discurren en la lectura de la declaración de los derechos humanos o de la Constitución en lugar del Evangelio.