Sucedió en aquella Navidad de hace ya más de mil quinientos años, en la que la perseverante oración y la cariñosa paciencia de una esposa cristiana conseguía que su marido, contra todo pronóstico, se transformara radicalmente, se convirtiera y dejara atrás el paganismo. Y, a partir de ese momento, mejoró la relación entre los dos esposos.

Pero dejando a un lado su vida doméstica, lo que hay que resaltar de este suceso, esto es el comportamiento de aquella mujer para que se convirtiera su marido, es que supuso un punto de inflexión en la Historia de la civilización europea. Dicho acontecimiento deja muy, pero que muy en mal lugar, a los que se creen que están redimiendo en nuestros días a la mujer de una postración milenaria, para que ahora, y solo desde que a ellos se les ha ocurrido, la mujer comienza a ser protagonista de la Historia. ¡“Cuantisima” paciencia! Que dice socarronamente un colega de mi Facultad, porque estos libertadores feministas son los mismos que se empeñan en explicarle a Noé lo que es el agua.

Y aseguran los doctos etimologistas que el nombre de dicha cristiana significa “la que lucha victoriosamente”, porque en la pila bautismal comenzaron a llamarla Clotilde. Para que después digan algunos que un bautizo como Dios manda no imprime carácter, porque la tenaz Clotilde se supo imponer a su ambiente familiar y social para hacer lo que hizo con su marido, y para sorpresa de todos para, de paso, darle un vuelco a la Historia y… ¡qué vuelco!

El nombre de Clotilde significa "la que lucha victoriosamente"... Para que después digan algunos que un bautizo como Dios manda no imprime carácter

Clotilde pertenecía a los burgundios, que era una tribu originaria de Escandinavia que, en el siglo V, se había establecido en el noreste de Francia, no en el límite de la región, sino en esa misma latitud, pero un poco más hacia el centro del país. Por sus pobladores, este territorio recibió el nombre de Burgundia, que con el tiempo derivó al de Borgoña.

Nuestra protagonista pertenecía a la familia de la más alta alcurnia entre el pueblo de los burgundios. A la muerte de un tío de su padre, el rey Chilperico I, el reino se dividió entre sus cuatro sobrinos, y de este modo uno de ellos, el padre de Clotilde, se convirtió en rey de la parte de Burgundia que le correspondió. El padre de Clotilde fue coronado con el nombre de Chilperico II.

Y ya decía yo que Clotilde no tenía una familia de lo más ejemplar, porque uno de sus tíos, al que como a su padre también le correspondió su parte correspondiente del reino al morir Chilperico I, la emprendió contra sus hermanos, para anexionarse sus territorios. El tío de Clotilde se llamaba Gundebaldo, el cual además de ambicioso, era una mala bestia de mucho cuidado y no se anduvo con chiquitas. Gundebaldo asesinó a dos de sus hermanos, a Gundemaro y al padre de Clotilde, además de ahogar a su madre, que se llamaba Caretena. Y menos mal que Clotilde y su hermana Chrona pudieron refugiarse en el territorio que dominaba su tío Godesilio, que era el cuarto hermano al que Gundebaldo no pudo asesinar. De no haber conseguido exiliarse, seguro que Gundebaldo habría quitado la vida también a Clotilde y, en consecuencia, aquí habría acabado el artículo de este domingo, y lo que es peor, no hubiera sido posible que esta mujer le hubiera dado un vuelco a la Historia del Viejo Continente.

Como refleja el libro de Régine Pernoud, el cristianismo propone la igualdad entre el hombre y la mujer 

Y ya va siendo hora de decir que cuando Gundebaldo dejó huérfana de padre y madre a su sobrina Clotilde, la chica tenía entonces unos dieciocho años, pues nació en el año 475, en Lyon. Y como todo no va a ser contar penas de llorar en estas fechas navideñas, tengo que añadir a todo lo dicho que al tiempo de estos luctuosos sucesos hubo boda y Clotilde se casó con Clodoveo.

Clodoveo era nueve años mayor que Clotilde y con quince años, en el 481, se convirtió en el jefe de su tribu y fue coronado rey de los francos salios. Daba comienzo así la primera dinastía de los reyes de Francia, los Merovingios, pues se designaba así a dicha dinastía por el abuelo de Clodoveo que se llamaba Meroveo. Y a partir de entonces, el afán de Clodoveo no es otro que la expansión de sus dominios en el territorio francés a costa de otros reyes. De manera que cuando conoció a Clotilde, Clodoveo ya era dueño de más de la mitad de la actual Francia.

La expansión territorial del reino de Clodoveo se llevó a cabo mediante conquistas militares y alianzas con los reyes vecinos. Y aquí es donde engancha su boda con Clotilde, en la que tuvo que ver y no poco el santo obispo de Reims, Remigio, que le contó al rey de los francos las excelencias de Clotilde, y como consejero suyo que era le expuso la conveniencia de casarse con ella. Así es que previo permiso y acuerdo con el rey de los burgundios, el fratricida Gundebaldo, Clodoveo y Clotilde se casaron en el año 492.

Las mujeres tienen una importancia decisiva en la difusión del cristianismo, ya sea como mártires, monjas o madres de familia

Que Clotilde no lo tuvo nada fácil en su matrimonio ya ha quedado dicho, porque como sabemos Clodoveo era pagano y ella cristiana. Y a sus diferencias religiosas hay que añadir que Clodoveo, al menos que se supiese, tenía una concubina, la cual le dio un hijo llamado Thierry. Pero la fe y la constancia de Clotilde consiguieron que Clodoveo fuera cambiando poco a poco. Comenzó por dar su consentimiento para bautizar al primero de sus hijos, llamado Ingomiro.

Desgraciadamente, el primogénito del regio matrimonio murió muy pronto. Y esta muerte la interpretó Clodoveo en clave pagana, culpando al Dios de Clotilde del fatal destino de su hijo. No por eso desfalleció la reina cristiana, así es que, superado el bache de la muerte de su primer hijo, también consiguió de su esposo el consentimiento para bautizar al segundo de sus descendientes, al que pusieron por nombre Clodomiro.

Como ha puesto de manifiesto Régine Pernoud, en su libro ‘La mujer en el tiempo de los catedrales’, estas conquistas de Clotilde sobre Clodoveo se deben, sin duda, a que el cristianismo propone la igualdad esencial entre el hombre y la mujer, a diferencia de la condición de la mujer romana, que se limitaba a la de objeto en relación de su contraparte masculina, ya fuera esta padre, hermano o marido. De aquí, concluye Régine Pernoud la importancia decisiva que tienen las mujeres en la difusión del cristianismo, ya sea como mártires, monjas o madres de familia. Y esta gran medievalista francesa, ya tristemente desparecida, refiriéndose a Clotilde llega a afirmar: “Nuestra Historia llega a ser Historia con la llegada de esta mujer”.  

Francia puede ser llamada la hija primogénita de la Iglesia... Otra cosa es que la historia posterior demuestre que esa primogenitura se puede poner en venta

Pues bien, cuatro años después de casarse Clotilde con Clodoveo, concretamente el día de Navidad del año 496, el obispo de Reims, San Remigio, bautizaba a Clodoveo y con él se convertía el reino de Francia. Entonces era el único príncipe cristiano. Anastasio, el emperador de Oriente había caído en la herejía del Eutequismo, también conocida como monofisismo. Teodorico, rey de los ostrogodos en Italia y Alarico, rey de los visigodos en España, eran seguidores de Arrio.

Así pues, el bautizo de Clodoveo permite que Francia, con pleno derecho, pueda ser llamada la hija primogénita de la Iglesia. Cosa distinta es que la historia posterior de nuestro país vecino nos demuestre que la primogenitura se pueda poner en venta por un plato de lentejas, y a veces hasta por menos de eso. Y llegados a este punto ahora yo tendría que concluir con un “continuará”. Maldad que sería imperdonable cometerla por mi parte en las vísperas de la Navidad. No, no lo haré. Y como se debe hacer en esta ocasión, concluyo deseando a todos los lectores una feliz y santa Navidad ¡Qué el Niño Dios nos bendiga a todos!

Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá