La propia ONU, aún más moderna que el Consejo de Europa, ya se quejó por una frase que figura en nuestro Código Civil (artículo 154), y que otorga a los padres la potestad de corregir razonable y moderadamente a sus hijos.
Y claro, esto no puede ser. El País está escandalizado porque alguna sentencia judicial justifica las bofetadas como elemento de se deber de corrección, aunque, menos mal, alguna otra sanciona al padre por darle un pescozón a un niño para que coma.
Olvida El País que una madre fue condenada a seis meses de prisión por arrearle una bofetada su hija de 16 años, porque la niña quería ver un programa de TV y su progenitora otro. La infanta se escapó de casa, denunció al jefe, y los agilísimos servicios de la Generalitat catalana se encargaron de tramitarle el caso a la ofendidísima menor. La madre no ha entrado en la trena porque no tenía antecedentes. Pero creo que en el domicilio ahora es esta adolescente, tan consciente de sus derechos, quien decide qué se come, cómo se viste, cuando se ve la tele y adónde se van de vacaciones, supongo que con el dinero de mamá. Este es el vademécum moderno sobre la no violencia: no se puede obligar a los niños y adolescentes a nada, ni ejercer sobre ellos ningún tipo de violencia. Sin embargo, tienes que alimentarlos, vestirlos, y pagarles sus necesarios ratos de esparcimiento, durante toda su vida si deciden quedarse en el hogar materno Es decir, que en el siglo XXI ser padre es una condena mientras ser hijo es un chollo de mucho cuidado.
Pero sigamos, porque la alternativa moderna, la del diario El País, consiste en la Convención de los Derechos del Niño, firmada en 1989. Así, el Defensor del Menor de la Comunidad Madrileña otro personaje que merece especial seguimiento, considera que ese deber de corrección (los padres sólo tienen deberes) estará prohibido ejercerlo mediante el empleo del castigo físico o de cualquier otro trato que comporte menoscabo de la integridad y dignidad personales.
Eso recuerda lo de aquel amigo al que le llegó su vástago con los acostumbrados tres suspensos, y ante la regañina paterna (verbal, que conste, sin el menor conato de violencia física), respondió:
-No sólo no valoras mi esfuerzo sino que lastimas mi autoestima.
Para mí que este chaval lee El País y escucha los sermones del padre Gabilondo, en la SER, cada mañana.
No entremos ahora en las sutiles diferencias entre violencia física y psíquica. No merece la pena. No, lo que llama la tención del progre actual es su obsesión por correr con mangueras a las inundaciones y con barcazas a los incendios. Contemplando la generalizada falta de disciplina y de autodisciplina del adolescente actual, que en un tanto por ciento elevadísimo obedece al prototipo de niño mimado, al que le sobra de todo e incapaz de aguantarse a sí mismo, rebelde sin causa, pisoteador de las libertad de los adultos, uno se asombra de que los desvelos de nuestros progres consistan en fomentar el matonismo creciente de los adolescentes. Muchos de ellos provocan verdadero pánico entre padres y educadores, y ejercen toda la violencia que se les permite a su alrededor, pero lo importante, sin duda, es no lastimar su autoestima.
La verdad es que no me extraña mucho que un editorialista progre escriba estas cosas. A fin de cuentas, los editorialistas ya han cumplido los cuarenta. Si son progresistas, es muy probable que ya estén separados, y que les hayan cargo el hijo a sus ex santas (si son ultra-progresistas ni eso, porque entonces no tendrán hijos), por lo que bien pueden pedir reformas legales sin temor a pechar, con la impertinencia adolescente.
En resumen, ni se le ocurra darle una colleja, ni tan siquiera un pescozón rasante a su hijo de 16 años. Eso sí, a su hijo no nacido puede destriparle a gusto en el mismísimo vientre de su señora. Ningún juez le llamará al estrado por ello, e incluso podrá pasar usted por progresista. Lo dice el Consejo de Europa, Naciones Unidas y, lo que es más importante, lo dice Polanco
Eulogio López