Como en el país del melodrama -España- nadie renuncia a la puesta en escena, se representa en todas las ciudades de a pie la historia de la corrupción, más histeria que historia.
Que sí, oiga, que hay corrupción política y corrupción ciudadana -sí, las dos-, pero si hubiera tanto como se propugna estaríamos todos en la cárcel. Y no, no lo estamos. Lo que ocurre es que todos andamos un pelín empecatados, no sólo los políticos, y la corrupción no es otra cosa que lo que antes llamábamos pecado, en su vertiente séptimo mandamiento.
Se propone ahora convertir en norma que la mera imputación supone la dimisión de un diputado. "Por higiene democrática", se nos dice. Pues me parece muy mal. Con la cantidad de querellantes profesionales que hay en este país y con la cantidad de jueces -ya saben de mi escaso cariño por la judicatura- deseosos de convertirse en modelos sociales -antes decíamos jueces estrella, lo cierto es que cualquiera puede ser imputado por cualquier cosa.
Y el problema es ese. ¿Qué pasa si al final el acusado resulta inocente, bien porque realmente lo era o porque así lo dictamine el juez. ¿Cómo restaurar su honor y, por qué no, su carrera política Es el síndrome Demetrio Madrid (en la imagen), aquel presidente socialista de Castilla-León durante la Transición, quien dimitió por presiones internas de su propio partido y tras ser acusado por la Audiencia tras un conflicto laboral en su empresa textil. Dimitió en 1986 y en 1989 fue absuelto de todos sus cargos. Sólo que, para entonces, ya será un apestado y ya habrá perdido toda su carrera política. Adiós Demetrio.
Y ahora, cuando los juzgados se han convertido en escenario, donde las masas vociferan insultos a los imputados y las televisiones, ésas que están incendiando España a costa de convertir la información en espectáculo, te entierran en micrófonos, el síndrome Demetrio Madrid se multiplica. ¿Qué pasa si al final resulta inocente
Pues no, que un político dimita cuando sea condenado.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com