En colegios e institutos ya no se podrán comprar ni chucherías, ni bollería industrial, ni refrescos, ni alimentos con demasiada azúcar o demasiada sal. Comer siempre ha sido un suplicio para los niños, porque en su aventura permanente por asombrarse ante la vida, no quieren perder tiempo. Si ahora les quitan todo lo bueno vamos a forjar una generación de amargados.
A mí lo de suprimir las chuches por insanas me ha molestado muchísimo. El asunto es grave. Me pasé veinte años gastándome la propina en caramelos y llevo otros treinta comprando chucherías a mis hijos para poder robarles algunas sin ruborizarme. Me pasa lo mismo que al primer director de periódico que tuve, en La Nueva España, quien reconocía: "Cuando voy al kiosco pido El País pero el Hola me lo compra mi mujer, porque no está bien que el director de La Nueva España compre el Hola".
La bollería industrial no es tan sabrosa como la artesanal -que también es industrial- pero está buenísima. A mí no me parecía mal que los médicos expusieran aquello de no debéis abusar del dulce, pero una cosa es aconsejar y otra prohibir por ley.
¿Y por qué esta obsesión por la salud y la seguridad? Pues está claro: porque tenemos mucho miedo a morirnos. Los comecuras, recuerdo unas palabras de Umbral en este sentido, aseguran que no temen a la muerte sino al dolor. Pero me parece que esto lo dicen por miedo. Porque lo cierto es que los médicos, y nosotros mismos con nuestras prevenciones más que alargarnos la vida nos han alargado la vejez. Que no es lo mismo.
Y en esta obsesión por la seguridad, antinomia de la felicidad, pretendemos alargar esa vida temporal por falta de fe en la eterna. Terminado este artículo me voy a comprar regaliz y a fumarme una pipa. No quiero encarnar el viejo chiste en el que el médico prohíbe a su paciente beber, fumar, comer dulces, trasnochar y otras molestias. "¿Y usted cree, doctor, que así viviré más?". La respuesta del galeno fue definitiva: "Eso no lo sé, pero el tiempo que le quede se le va a hacer de un largo…".
Eulogio López
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