No existe el mal sino los malvados. Y entre los malvados los peores son, claro está, aquéllos que han perdido la esperanza: los espíritus inmundos y los condenados. Pero las fuerzas en activo también pueden hacer mucho daño.
En mi anterior crónica, os hablé de la Bestia del Mar y de su pretendido ataque final, con un objetivo claro: abolir la eucaristía, es decir, el sacrificio que hace que el mundo se mantenga en pie. Ahora debo advertiros sobre el segundo ataque, paralelo, al Cuerpo Místico de Cristo, a la Iglesia, ataque que los ángeles del Reino atribuimos a la Bestia de la Tierra, es decir, a la guerra civil que se libra en la Iglesia de Roma.
Ya advertí que el siglo XXI no es el siglo de las conspiraciones, sino la era de los consensos. En la humanidad del siglo XXI ya sólo existe un conspirador: el propio Satán, quien canaliza los diversos consensos sociales. El resto de seres vivos, hombres y espíritus a sus órdenes, no son sino carne de consenso, esclavos que se creen libres por formar parte de la corriente mayoritaria, de lo políticamente correcto. En el fondo, no son sino siervos de los tópicos que el propio Satán impone, eso sí, con exquisita naturalidad.
Por ejemplo, Satán ha conseguido sembrar en la humanidad contemporánea la curiosa idea del pluralismo interno, es decir, que una cosa puede ser y no ser al mismo tiempo. Es decir, ha dignificado y elevado a categoría aquello que los seres humanos siempre han llamado esquizofrenia.
Traducido a la Iglesia, que es lo que intenta destruir Satán, eso se vende como "democratización de la Iglesia, lo que traducido al román paladino significa, desnaturalizar la Iglesia de Cristo, que jamás podrá ser democrática porque el voto de Dios no puede valer lo mismo que el voto del hombre ni el Cuerpo Místico, que tiene por cabeza al Redentor, puede guiarse por el sufragio universal.
Satán es tan sofisticado como vulgar. Por eso, toda su estrategia bélica en este combate se resume en un único objetivo, tan prosaico como preciso: romper el voto de obediencia en la Iglesia.
Durante la Cuaresma del año 2012 de vuestra era, el Infierno organizó un ataque de este cariz, uno más, aunque tan representativo que forzó la respuesta del Papa. Protagonista: un grupo de sacerdotes austríacos. No es que desobedecieran al Papa sino algo peor: negaron el principio mismo de obediencia, que es algo inconmensurablemente más grave. Desobedecer es pecar contra Cristo, negar el principio de obediencia es confundir el mal con el bien y convertir el bien en mal, es atribuir a Dios las obras de Satán y a Satán la obra de Dios, es, en pocas palabras, blasfemar contra el Espíritu Santo, el pecado que no se perdonará a los hombres "ni en este siglo ni en el venidero". Quiero decir, que lo de menos es la desobediencia, lo verdaderamente letal es elevar esa desobediencia a la categoría de mandamiento de la Ley de Dios.
El Papa de esa época, un tal Benedicto XVI, respondía así al ataque interno, a la declaración de guerra civil llegada desde la católica Austria. Los diarios resumían así sus palabras: "El Papa denuncia la desobediencia organizada de algunos curas y el analfabetismo religioso", se supone que es analfabetismo de esos mismos ministros de la palabra.
Aún más Benedicto XVI se preguntaba lo siguiente: "¿La desobediencia es un camino para renovar la Iglesia?". No, no lo parece, precisamente en quien ha prometido voto de obediencia, entre los consagrados. De hecho, la pregunta, con respuesta incorporada, fue formulada ante más de 1.600 clérigos, entre sacerdotes, obispos y cardenales. Porque la Bestia del mar no opera desde afuera sino desde el interior de la Iglesia, a la que no pretende destruir sino conquistar. Y el papel de la Bestia de la Tierra en la gran batalla que se libra no es, ni mucho menos secundario. De hecho, la Bestia del Mar tiene mucha confianza en su comando infiltrado.
¿El resultado final de la Guerra Civil en el seno de la Iglesia? El mismo que el de la guerra exterior y global. Las dos bestias serán destruidas porque el único no pierde batallas y, por tanto, los cristianos tampoco, salvo que se empeñen en perderlas: camináis de derrota en derrota hasta la victoria final. Y hasta cuando parecéis muertos, contáis con un Dios que sabe cómo salir del sepulcro. Un cristiano pesimista es un cristiano muy raro.
Al final, la Iglesia siempre gana y se acaba imponiendo sobre las tontunas de los remisos: ni tan siquiera la clerecía será capaz de destruirla.
(CONTINUARÁ)
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com