No citó nombres porque la Iglesia no denuncia -como denunciar el robo de formas consagradas, que a los ojos del mundo sólo son trozos de pan sin fermentar- y porque teme un afecto arrastre de todos los canallas que en el mundo son, pero seguramente pensaba en las dos profanaciones de las que el abajo firmante ha tenido noticias -me temo que son muchas más: la de la iglesia de Alcorcón y la de la Parroquia de Santa Catalina Labouré, en la barriada madrileña de Villaverde. Un día antes, el sábado 24, víspera de la procesión del Corpus en Toledo, otros miserables organizaban una parodia blasfema contra Jesús sacramentado.
No cabe duda que a esto es a lo que se refiere la vicepresidenta primera del Gobierno Zapatero, Teresa Fernández de la Vega, cuando habla de respetar las creencias de los que no creen. Es evidente que hay que respetar a las sectas satánicas que roban formas consagradas para sus misas negras -que sí, que existen, cada vez más-.
Libertad religiosa made in Zapatismo. Oiga, ni un comentario de ningún político, ni del PP ni del PSOE, al menos afeando la conducta de estos miserables o prometiendo que se investigarán los robos. Ojo, los que roban formas consagradas no son ladrones ni gamberros: si fueran ladrones robarían algo mercantilmente más valioso que un trozo de pan, si fueran gamberros harían destrozos en el templo. No, estos señores son satánicos: roban formas consagradas y dejan su firma: el famoso, y un poquito ridículo, como todo lo demoniaco, 666, el número de la Bestia.
Los ataques a la eucaristía son síntoma y síndrome de una sociedad podrida. Porque el que roba formas ya no practica, como el ladrón, un tipo en este sentido muy respetable, el mal para obtener un bien, sino que, por el contrario, sino que buscan el mal por el mal. Y ya saben que las misas negras, y toda la liturgia satánica consiste en una mezcla de ofensas al cuerpo de Cristo, aberraciones sexuales y, llegado el caso, infanticidio. Y es que si hay dos cosas que la Bestia nunca ha podido resistir: la inocencia y la alegría.
Como periodista creo que la solución no es callar, sino, precisamente, abrir las iglesias, exponer al Santísimo 24 hora al día 365 días al año, y que los católicos recen ante su Creador y protejan a Cristo sacramentado. Así, al menos, quienes quisieran profanar las normas tendrían que cometer el delito de atacar a los defensores.
La Iglesia siempre ha estado necesitada de mártires.
Eulogio López
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