Se nota que algunos miembros del Gobierno no han escuchado las palabras del Santo Padre, o que a lo sumo sólo las han oído. Si el Santo Padre ha hablado estos días del peligro del relativismo, el ministro de Fomento justamente ha hablado como un digno creyente del peligro contra el que predicaba Benedicto XVI: es decir, es un relativista.
Sus palabras durante la comparecencia después del Consejo de Ministros son claras: "El respeto a la Iglesia católica y a otras religiones no es óbice para que el Gobierno legislara como hemos hecho en materia como la ley del aborto, el matrimonio homosexual o la ley de muerte digna que se está tramitando. Respetamos sus creencias, pero las creencias del Papa no marcan la acción del Gobierno". En el fondo estas palabras muestran un rechazo total a cualquier tipo de verdad absoluta, y lo único que cabe son las opiniones, además, todas iguales. Pero en la vida nos damos cuenta de que no funcionamos así -o no deberíamos-. No es lo mismo la opinión de un arquitecto que la de un agricultor sobre la capacidad de resistencia de un edificio a un terremoto. Yo al menos me fiaría más de un arquitecto, pero no porque desprecie al agricultor.
Las opiniones del Papa no son sólo creencias. ¿Cuánto hay acorde a la Verdad? ¿Qué es el aborto? ¿Qué el matrimonio? Conozcamos el significado de las palabras y su acercamiento a la realidad para conocer a qué concepto nos acercan. En el momento en que las interpretaciones de la realidad se quedan en eso, y no hacen referencia a la realidad de las cosas, nos alejamos de la verdad y todo es mera opinión. Pero si adoptamos eso, esto es la anarquía, porque toda opinión, hasta la más aberrante, deberá ser aceptada por el hecho de serla.
Eso sí, al menos se muestra más tolerante que otros y considera que la visita se desarrolla con normalidad. No le debe haber tocado mucho el sol.
Juan María Piñero
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