Sr. Director:

 

Da gusto leer diariamente su periódico digital porque se ve el pensamiento de alguien independiente y con el solo deseo de buscar la verdad.

 

Ahora bien, mantenerse durante años escribiendo diariamente exige indudablemente un gran esfuerzo de estudio y trabajo intelectual (no sólo para escribir, sino para escribir algo digno y no convertirse en un típico tertuliano que habla de todo sin saber de nada). Creo que usted lo hace generalmente bien, pero puede caer en el peligro de un criticismo estéril.

 

En un tema en el que creo que su línea editorial es errónea es en el tema del patriotismo. Una y otra vez confunde esta virtud con el vicio del nacionalismo, sin querer diferenciarlos. Esto ha sucedido en una de sus ediciones, justo antes de otra afirmación, muy cierta, y que contradice la afirmación de que diferenciar nacionalismo y patriotismo carece de sentido más que en una tertulia de pesados filósofos:"Las ideas no delinquen, pero son más peligrosas que el delito". El nacionalismo es muy peligroso, pues genera división, mientras que el patriotismo nos hace hijos de una gran familia, la humana, radicada en una determinada cultura, pero abierta a las demás.

 

Afirma usted, además, que la unidad de España no es un bien moral y que Monseñor Cañizares no debe iluminarnos a los católicos en este tema. Afirmaciones que creo, sinceramente, erróneas. El mismo Juan Pablo II, polaco, se dirigió a los Obispos italianos en enero de 1994 ante la situación provocada por la Liga Norte para decirles: 

 

"...se trata de la herencia de la unidad, que, incluso más allá de su específica configuración política, consolidada a lo largo del siglo XIX, se halla profundamente arraigada en la conciencia de los italianos que, en virtud de la lengua, de las vicisitudes históricas y de la misma fe y la misma cultura, siempre se han sentido miembros de un único pueblo. Esta unidad no se mide por años, sino por largos siglos de historia... Me refiero especialmente a las tendencias corporativas y a los peligros de separatismo que, al parecer, están surgiendo en el país. A decir verdad, en Italia, desde hace mucho tiempo, existe cierta tensión entre el Norte, más bien rico, y el Sur, más pobre. Pero hoy en día esta tensión resulta más aguda. Sin embargo, es preciso superar decididamente las tendencias corporativas y los peligros de separatismo con una actitud honrada de amor al bien de la propia nación y con comportamientos de solidaridad renovada. Se trata de una solidaridad que debe vivirse no sólo dentro del país, sino también con respecto a toda Europa y al tercer mundo. El amor a la propia nación y la solidaridad con la humanidad entera no contradicen el vínculo del hombre con la región y con la comunidad local, en que ha nacido, y las obligaciones que tiene hacia ellas. La solidaridad, más bien, pasa a través de todas las comunidades en que el hombre vive: en primer lugar, la familia, la comunidad local y regional, la nación, el continente, la humanidad entera: la solidaridad las anima, vinculándolas entre sí según el principio de subsidiariedad, que atribuye a cada una de ellas el grado correcto de autonomía".

 

Si la unidad italiana no fuera un bien no creo que S.S. la defendiera.

 

Comparto, sin embargo con usted la preocupación de que nuestros Obispos no doren la píldora a los políticos del PP. Lo que pasa es que el resto de partidos no les está dejando casi otra posibilidad, pues son aún mucho peores que este malísimo PP. Por ello, ante esta situación, creo que debemos conquistar la sociedad, siguiendo el ejemplo de hombres que como usted trabajan en las distintas realidades sociales y políticas luchando contra corriente.  

José Javier Castro 

josecastrovelarde@yahoo.com