En plena recesión económica, un Papa Noel por donde sea resulta una provocación. Sin embargo la presencia de Belenes promueve la armonía en estas fechas que se avecinan tras cumbres borrascosas.

Sr. Director:

Según los cánones de belleza actuales, la aparición navideña del orondo Papa Noel no debería de presagiar nada bueno.

Y no sólo por ostentar un modelo de despilfarro en tiempos de crisis. Su ingesta calórica desmedida ya no se lleva bien con el actual culto a la salud, además, las tasas de colesterol infantiles suben imparables junto con la obesidad adulta. Por eso y por motivos más elevados, Santa Claus y su gordura deberían de dejar paso a los belenes, cuyos personajes además de buenos y sobrios vienen a traer al mundo felicidad en medio de la pobreza, signo más acorde con las circunstancias presentes.

Si Dios nace de nuevo, es porque el mundo necesita un cambio, y ninguna cumbre de altos mandatarios puede solucionar la crisis del alma que afecta hoy a la humanidad.

La Navidad es una fiesta del espíritu que se festeja materialmente, por eso sobran los excesos que dilapidan los dones que lleva implícita esta celebración.

María Ferraz

fermar42@gmail.com