Como soy asturiano entiendo mucho de fantasmas. El articulista Faustino F. Álvarez aseguraba que los astures tenemos fantasmas como para llenar todos los castillos de Escocia. Por eso sé, de buena tinta, que el demonio es un fantasmón de mucho cuidado. Presume del poder y la influencia que no posee, porque todo su poder es delegado, limitado y transitorio y sobre todo, depende del mal uso que haga el hombre de su libertad.
Todo esto viene a cuento de que me llega este alegato milenarista que, como toda la literatura apocalíptica, apunta bien y dispara fatal. Que el intento del Nuevo Orden Mundial (NOM), cuyo enemigo es la Iglesia, tiene un vector clave consistente en desprestigiar al Papa y conquistar la Iglesia –que no eliminarla- esta claro. Pero también lo está que el único documento apocalíptico digno de ser tenido en cuenta por un cristiano (el capítulo escatológico del Evangelio, en particular el 24 de San Mateo) recuerda que la fecha del Juicio de las Naciones, sea o no el fin del mundo, cuyo dogma recitamos en el Credo de Nicea, no está fechado, porque ni tan siquiera lo conoce el Hijo, sino el Padre.
Vamos que desconfíe usted de todo aquel que feche la expulsión del Vaticano del Papa o cualquier otra señal de fin de ciclo. Conviene reparar en que todas las revelaciones privadas, especialmente las marianas, no hablan de fechas sino que son llamadas a la conversión. Eso sí, son muchas las alusiones a un vaso de corrupción demasiado lleno, que evoca la frase más digna de ser tenida en cuenta: Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra? Pero de eso, al morbo de fechas a la conquista del Vaticano, el 12, 15 o 20 de septiembre del año en curso...
Eulogio López
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